En día pasado fui a un evento organizado con bombos y platillos en el que no faltó detalle. Por tanto, llamó mi atención el pésimo estado de las banderas que colocaron creo que a última hora y como para salir del paso.

Busqué entonces a la jefe de protocolo de esa entidad a quien, de manera constructiva, le hice el comentario que no fue bien recibido y, por el contrario, se molestó hasta el punto de decirme: “Me he jodido por más de una semana para que vengas a mirar el único lunar que se nos pasó por alto”.

Como no soy dado a discutir con mujeres y menos con esas que creen sabérselas todas, no le dije nada más, aunque me provocó mandarla a la punta del cuerno, o mejor, a donde sabemos. Supe días después que la pluma blanca de la institución de marras le hizo el reclamo de las banderas por escrito, en lo cual, juro que no tuve nada que ver.

Así las cosas, me he dedicado a mirar el estado de las banderas que ondean en las fachadas de muchas empresas públicas y privadas, en monumentos, clubes, bibliotecas, universidades y otros lugares en los que se debieron sentir muy orgullosos el día en que fueron izadas, pero que con los días se olvidaron de ellas.

Por eso se las ve no solo de un desteñido desabrido, sino deshilachadas, arrugadas y vueltas ‘eme’. Y peor cuando, como en el caso que he narrado, las desempolvan y las sacan del último cajón y las colocan muchas veces con los colores al revés como sucede con las de nuestra amada Cali, como le dicen ahora.

Preferible mil veces no tener esas banderas y menos ultrajar este símbolo patrio que no se merece tanta humillación.

Propongo entonces a todas esas entidades que deben lucir el tricolor nacional al igual que las banderas de Cali y el Valle del Cauca, que las quiten de inmediato, porque si no lo hacen les solicito a las personas que las vean, que les tomen sendas fotos y me las envíen al correo mariofernandopiano@gmail.com y prometo que las publicaré dando nombres en las redes sociales a las que tengo acceso.

Ignoro cuánto cuesta una bandera, pero les aseguro que es muchísimo más barato que la vergüenza que les haremos pasar, porque eso del falso civismo es el colmo del real cinismo.

(¡Ah!, y ya que estamos en este tema, retomo lo expresado hace tiempos en esta misma columna respecto al color de la bandera del Valle que estamos pasados de cambiar. Y es que no sé a qué daltónico y simplón gobernador se le ocurrió que fuera de un azul desabrido mezclado con un blanco-crema semejante a la coloración de una nata y le clavaron el escudo del departamento en la mitad para que se diferenciara de la de Argentina. ¡Qué bandera más fea! Nada significa y a nadie le gusta. ¿Qué tal revivir esta iniciativa que serviría para darle más empuje al departamento, señora gobernadora?)

Pero volvamos a lo de las banderas raídas: a quitar las que estén hechas harapos y a cambiarlas por unas de las que nos sintamos orgullosos y si no hay con qué, pues es muchísimo mejor pecar por defecto y no por atentar visualmente contra lo que nos representa.

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Postdata. Lamentable el fallecimiento de Humberto Ascione
Zawadzki, de quien se podría hacer un libro con sus recetas culinarias y las anécdotas de este gran caleño que mucha falta nos hará.