La primera noticia de mi muerte la recibí precisamente el Día del Padre que creo no es una fecha muy oportuna para dejar a la familia huérfana.
La llamada me la hizo Raúl Fernández de Soto para corroborar la certeza de lo que resultó siendo una fake news que desde tempranas horas del domingo iniciaba su tránsito por las redes sociales.

Al escuchar mi voz, Raulito supo que no estaría en la galería de fallecidos
de la edición 201 de su revista Épocas y que no me había ido con mi música para otra parte.

Pero siguieron otras llamadas y mensajes de gentes amigas y de otras no tanto, que querían saber a ciencia cierta si este plumífero había entregado su alma al creador, lo cual me comenzó a preocupar.

¿Será que en verdad me morí? Comencé por preguntarme y me empezó a dar una especie de pánico. Me tocaba y hasta me miraba en el espejo y ahí estaba yo.

Hasta perpetré unas cuantas canciones en el piano para sentirme más vivo y releí varias veces los saludos cariñosos de mis nietos ajenos a la fúnebre noticia.

Precisamente esa madrugada había subido mi Interpretación de la canción número 80 a las redes que ya tenía bastantes comentarios -que siempre agradezco- y me comenzó a parecer sospechoso una buena cantidad de “¿cómo estás?” de personas de las que no tenía noticias hacía tiempos.

Decidí buscar el originen de tan infausta noticia y llegué hasta un lacónico correo que decía “me acaban de anunciar la muerte de Mario Fernando Prado”, originado en Dapa, de donde se comenzó a viralizar.

Así que luego de ponerle unos cuantos plátanos guayabos bien maduros a los pájaros itinerantes entre los que destaco a un tucancito, un barranquero, varios carpinteros y unas parejas de asomas y quinquinas, me fui de compras a El Saladito, concretamente al granero de doña Fanny que ofrece productos de la región.

Casualmente a la salida me encontré con el párroco de la iglesia de ese corregimiento que estaba repartiendo la comunión a los lugareños y no sé porque -lo juro- le pedí que me diera la absolución -¿o la extremaunción?- y recibí la hostia bendecida con sincera devoción.

Allí estaba también quien he bautizado como “mi nuevo mejor amigo de la montaña” que me encontró muy preocupado con la difusión de la noticia de mi colgada de los tenis, así que me tomó una foto -muy sonriente por cierto- para demostrarle a los ciberseguidores que “los muertos que vos matais gozan de Cabal salud”.

Fotonoticia que divulgó profusamente deteniendo así la propagación del pandémico chisme, para solaz de este servidor que agradece sinceramente todas las manifestaciones de condolencia recibidas con ocasión de su frustrado fallecimiento.

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PD. En este país amnésico de poca o nula memoria y sindéresis, no ha merecido la menor atención el execrable crimen de los seis soldados emboscados miserablemente cuando se hallaban cumpliendo con su deber. Pero en cambio, cualquier pendejada intrascendente copa páginas y editoriales, espacios y horas fomentando con ello que se le eche tierrita y se tape, lo que en otro país seria un escándalo mayor.