He seguido con interés y respeto el gobierno de Gustavo Petro. Sin sectarismo, su triunfo recoge un sentir popular asociado a una necesidad de cambios, innegablemente, en distintos frentes para lograr mayores equilibrios y ojalá una armonía social que nos permita vivir bien a todos.
Creo que difícilmente hay personas conscientes en el país que no entienden que Colombia requiere reformas que de implementarse con sensación serían apoyadas ampliamente. La Coalición del Centro con el candidato Sergio Fajardo era una mejor garantía para caminar en esa dirección.
Decepción entonces ver que incluso ideas propuestas por Petro que pudieran tener un sentido y ser acertadas se ahoguen en el mar de la verborragia, los trinos erráticos, el choque de trenes dentro de los ministros y un plan de implementación serio con funcionarios competentes. A esto se suma la falta de un propósito claro y explícito en el combate a la corrupción y la amalgama con los viejos políticos mañosos y abusivos que pueden terminar siendo unos obstáculos oportunistas para materializar la agenda de Petro por la que ganó y ojalá la vaya realizando con sensatez y unas concertaciones mínimas para no incendiar el país con la desesperanza.
Con ese interés, de observadora, asistí el sábado pasado en la Universidad del Valle al Encuentro Regional Vinculante convocado con bombos platillos desde el alto gobierno, con el Presidente a la cabeza en Cali, con la pretensión de llegarle a la región y lograr una participación de 15 mil personas. Todo resultaba grandilocuente, histórico como quiere Petro que sea su paso por la Casa de Nariño; un ejercicio participativo casi que inverosímil que bien valía registrar personalmente y periodísticamente. El ejercicio estaría acompañado por siete ministros y ocho altos funcionarios, que en efecto llegaron y se unieron a la espera del Presidente que no llegó en el momento en que la audiencia de 1500 personas quería escucharlo.
Finalmente, los fans en Cali y el Suroccidente pululan; allí arrasó Petro. Pero qué va, creo en este punto que no le importa, y después de una docena de descarados incumplimientos en todo tipo de evento, para este conspicuo personaje que gobierna Colombia la gente hace parte del paisaje de un espectáculo mediático cuya presencia masiva le suscita un trance oratorio que se vuelve imán.
Lo confirmé en Cali. Al menos este esmirriado diálogo regional que no fue otra cosa que una puesta en escena mediática para, según el ángulo fotográfico acomodado, hacer ver multitudes a la hora de divulgar en la construcción del nuevo imaginario social en el que el Presidente-orador, no estadista, consigue el esperado contacto con las bases electorales, -entra en éxtasis, echa discursos- y aunque en Cali resultó fallido porque llegó seis horas tarde y la gente se dispersó, la tarea quedó hecha a través de la estrategia virtual de cortos audios y titulares para redes sociales que pivotan sobre la frase leit motiv del cambio.
Lo de Cali fue una farsa maquillada de retórica, como deben ser las 27 convocatorias con propósito similar, que más que participativas son un pretexto para seguir agarrando pueblo, a decir de Carlos Mayolo. Y esta será sin duda su forma de gobernar, confundidora y esquizoide, para mantener una realidad artificial de trinos y discursos, a riesgo de terminar con aterrizada de barriga.