Cuatro meses largos desde que comenzó la brutal invasión de Rusia a Ucrania y aún estamos lejos de conocer cómo será el día después, si es que hay uno, para ambos contendientes, Europa, Estados Unidos y el mundo. Algunos cambios ya son irreversibles independiente de cómo termine la guerra, comenzando por el golpe de gracia al actual sistema multilateral, a las normas del sistema internacional, al respeto básico de los derechos humanos y a la soberanía territorial de las naciones. Con una orden, Putin dio al traste con el orden mundial. Surgirá otro, incierto aún, como ocurrió tras las guerras napoleónicas, las guerras mundiales, y el colapso del bloque soviético.

La brutalidad rusa no tiene límites. Ha atacado de manera indiscriminada ciudades y aldeas de la región del Dombás. Decenas de miles de civiles han muerto en hospitales, edificios residenciales, estaciones de tren y centros comerciales, producto de los misiles y artillería del Kremlin. Sin duda se han cometido crímenes de guerra y se podría alegar genocidio en un tribunal internacional, tras el discurso de Putin días antes de la invasión, en el que negaba la existencia de la nación ucraniana. La represión en Rusia a los opositores a la guerra ha alcanzado proporciones ‘stalinescas’.

El asalto ruso ha tenido un resultado, inesperado quizás, para el Kremlin. El fortalecimiento de Occidente en general y de la Otan en particular. Esta última, que, en las décadas desde el fin de la guerra fría, buscaba su lugar bajo el sol, encontró una nueva y recargada misión: la seguridad de Europa, no muy lejos de su mandato original cuando se creó en 1949. La esperada adhesión de Finlandia y Suecia, ya oficialmente invitados, países tradicionalmente neutrales en los conflictos europeos, constituye un cambio cualitativo en el balance de poder en Europa. A lo que se agrega el aumento de presupuesto militar en los países europeos y mayor coordinación con Estados Unidos en asuntos militares y políticos. La cuestión es hasta cuándo aguantará esta alianza el colosal costo de seguir apoyando a Ucrania, en momentos que la economía global pasa por una zona de turbulencias.

En el terreno militar la resistencia ucraniana ha sido heroica y evitó que Rusia en su primera ofensiva ocupara la capital, Kiev y destituyera al presidente Zelensky, reemplazándolo por un títere que declarara Ucrania provincia de la Federación Rusa. Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de armamento que ha recibido de Occidente, el desgaste ucraniano es evidente. Rusia ya ocupa la región de Lugansk y va por Donetsk para concluir la ocupación total del Dombás, una región que contiene las mayores reservas de petróleo de Ucrania. ¿Qué seguiría después? Solo Putin lo sabe. ¿Dar por concluida la ‘operación militar especial’ o seguir hacia la totalidad del país cuya existencia niega?

Quizás ha llegado el momento que Estados Unidos, fracturado internamente como nunca, abra algún camino a la diplomacia con Rusia, tragándose todos los sapos que haya que tragarse. Al final de cuentas todas las guerras tienen un final diplomático que termina reflejando lo ocurrido en el terreno. Los precios de los combustibles disparados, sin techo a la vista y sin prontas fuentes alternativas de energía son una carga por los ciudadanos de Occidente. No es claro que Rusia vaya a aceptar un espacio para la diplomacia pues no se conocen sus reales objetivos. Si lo de Ucrania termina en Ucrania o continua en su aventurerismo militar a otros Estados, con el consiguiente riesgo de escalada, que podría incluir el hongo. Sin embargo, Occidente podría ya comenzar a mirar al otro lado de los cañones.

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