Esta semana tomé la decisión de asumir de forma más directa las riendas de El País, asumiendo como Gerente General. Lo que siempre me ha caracterizado en mi vida profesional es el combate en terreno a mano armada -nunca he sido un general que no lidera la carga de las tropas.

Uno de mis profesores, el Coronel Michael Bell, canciller del College of International Security Affairs en la Escuela Nacional de Guerra de Estados Unidos en Washington -quien posteriormente se convertiría en miembro del Consejo Nacional de Seguridad durante la primera administración Trump- solía decir que los líderes deben operar de manera integrada en tres niveles: estratégico, operativo y táctico.

Para ilustrar estos niveles, con la típica simplicidad estadounidense que se inventó los acrónimos para todo: el nivel táctico equivale al marine que rompe la puerta con una patada. El nivel operativo determina cuál puerta va a patear ese marine -la del frente, lateral o trasera. Y el nivel estratégico decide si se patea la puerta o no. Quienes me han conocido en estos meses han podido constatar que tengo igual capacidad de patear puertas, determinar cuál es la mejor puerta para patear, o decidir si se patea o no. Esa es mi naturaleza, y es la que ahora, en esta nueva posición -adicional a la de Accionista Mayoritario -estaré trayendo al cargo de Gerente General.

Mi corazón es emprendedor. Ya sea el emprendimiento de políticas públicas durante mi paso por el gobierno, en emprendimientos de impacto social, o en emprendimientos de innovación. El corazón del emprendedor se caracteriza por varios principios cardinales: primero, muévete rápido y rompe cosas. Segundo, si estás contento con el nuevo producto que lanzaste, llegaste tarde. Un corolario de esto es que si en un año el producto que lanzaste no te avergüenza, lanzaste un mal producto. Y tercero, es mejor pedir perdón que pedir permiso.

Entiendo que para un medio emblemático de una región, en una industria tan cambiante y compleja como la nuestra, esta es la única forma de tener un ‘fighting chance’ -una oportunidad real de pelear- en esta industria. También escribo esta columna porque en esa misma escuela nos enseñaron que en materia de comunicaciones, las tres reglas de oro son: dilo todo, dilo ahora, y dilo tú.

Creo en honor a quien honor merece. El amor de Carolina Escrucería por El País es innegable. En sus propias palabras, ella dice que en su vida tiene dos amores: el señor Rodrigo Muñoz, su esposo, con quien lleva 23 años de casada, y El País SA, con quien lleva 27 años de casada. No me dijo a cuál ama más, pero después de tantos años de entrega y dedicación, de haber transitado por tantos ciclos y procesos en la empresa, podrá ahora dedicarle más tiempo al amor que la acompañará hasta el final de sus días y a su familia.

Vale la pena recalcar que ese amor lo he palpado no solo en Carolina, sino también en toda la gente que conforma nuestra empresa, en toda la red de ‘egresados’ de El País, y en la sociedad caleña y vallecaucana que le tiene un amor profundo al medio. Esto lo tengo muy presente y seguirá guiando nuestras acciones en el porvenir.