Se nos volvió familiar la imagen de miles de refugiados obligados a salir huyendo y desesperados de sus países de origen, con pocas pertenencias al hombro y acompañados de sus niños y viejos en busca de supervivencia y mejor destino. Un doloroso fenómeno que no cesa de amplificarse e incluso renovarse. Y en la mayoría de los casos cínicamente orquestado por gobernantes corruptos para camuflar sus abusos e ineptitudes. De repente los refugiados se vuelven sus rehenes y se benefician de su tragedia, cobrando altos ‘rescates’.
Los ejemplos abundan. En estos últimos días acaparan la atención los miles de refugiados incitados y financiados por el gobierno opresor de Alexandre Lukashenko de Bielorrusia bajo la mirada consentida de su patrón Vladímir Putin. Todos aglomerados en la frontera de Polonia para ingresar a países de Europa Occidental (principalmente Alemania) que ya no los pueden recibir por razones válidas como la pandemia del Covid-19 que amenaza con una cuarta o quinta ola y la aguda crisis económica que genera. ¿Entonces por qué y cómo llegaron estos miles de refugiados (su mayoría del Medio Oriente y África) ante la proximidad de un severo y frío invierno a las puertas de Polonia para encontrarse con muros de alambres de púas y guardias fronterizos movilizados para impedirles el paso? ¿Y por qué Bielorrusia y Rusia contribuyen a que arriesguen sus vidas en tan peligrosa aventura?
Los europeos occidentales acusan a Lukashenko de montar un problema migratorio en respuesta a las sanciones contra su país después de la represión violenta del gobierno de Minsk contra sus opositores durante las elecciones presidenciales abiertamente fraudulentas del año pasado que le dieron la victoria. Sanciones que estrangulan al país y lo deja arruinado y solitario en manos del muy demandante Vladimir Putin, el único amigo que le queda. Si se logra frenar a los migrantes, tanto Bielorrusia y Rusia se convierten de repente en salvadores merecedores de retribuciones por su labor de parte de los aliviados europeos que entonces estarían más dispuestos a perdonar las fechorías de Lukashenko y levantar las sanciones impuestas en su contra. Resulta irónico ver a Minsk y Moscú-los gobiernos más controladores y represivos de la región -acusar a los europeos occidentales de no respetar las normas migratorias y violar los derechos humanos mientras ellos ayudan a solucionar un problema que en cierta forma fabricaron.
Para los observadores el comportamiento de Bielorrusia se inspira quizás del antecedente turco. En efecto en el año 2016 el presidente turco Recep Tayyib Erdogan negocio con la Unión Europea un contrato de seis mil millones de euros a cambio de asumir la responsabilidad de los refugiados sirios y evitar que lleguen a Europa. Los refugiados retenidos en Turquía superan los cuatro millones. Y quedaron en manos de Erdogan que los aprovecha como rehenes y cobra caro su ‘rescate’. En estos momentos el dictador turco se encuentra en plenas negociaciones para renovar el jugoso contrato, muy necesario para sostener su frágil economía.
La cínica estrategia de tratar a los refugiados como instrumentos de presión funciona. La vemos aplicada en América, en Asia, en África, en Europa. Negociar con vidas humanas se volvió común y corriente. Una maléfica oportunidad así como una grotesca contradicción a la hora que en el mundo surgen los movimientos moralizadores como ‘Woke’ y otros dedicados a vigilarnos y a censurar el lenguaje, el arte, la comida y hasta la ropa que usamos. Todo menos lo más grave. No he visto la primera manifestación a favor de los refugiados maltratados y convertidos en rehenes a manos de sátrapas que se benefician de su tragedia.