En Colombia, cuando surge algún problema grave, alguien propone hacer una reforma constitucional como si la farragosa Carta de 1991, o la de 1886, fueran las causantes de nuestras tragedias, cuando lo cierto es que la redactada por don Miguel Antonio Caro, bajo la égida de Rafael Núñez, o la patrocinada por César Gaviria, de nada han servido, pues no han detenido la hemorragia ni han sido factores de paz, ni la gente ha visto que su vida haya mejorado.

Y no se crea que solamente las Constituciones de Núñez y Gaviria fracasaron en el intento de serenar los espíritus. Luego de la Independencia hubo varias Cartas Políticas, entre ellas las de Bolívar, las de Santander, y la radical que salió de la Convención de Rionegro en 1863. La aprobada por la Regeneración nuñista llevó a los liberales a declarar la cruenta guerra conocida como de Los Mil Días, que costó 100.000 muertos cuando el censo mostraba una población no mayor de cinco millones.

Al suscribirse el tratado que puso término a esa contienda, y luego del gobierno de Rafael Reyes, en un rapto de sensatez el país eligió presidente a Carlos E. Restrepo, cuya reforma constitucional de 1910 devolvió derechos políticos al Partido Liberal, y tuvimos una paz política que se extendió hasta 1946.

Al caer la dictadura de Rojas Pinilla, la Junta Militar que lo sucedió –nombrada por él mismo- convocó un plebiscito, y el 1º. de diciembre de 1957 estableció el sistema del Frente Nacional, que apaciguó la pasión política.

Durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, el Congreso aprobó en 1936 la reforma que llevó el país al Siglo XX con 36 años de atraso, y ese fue uno de los logros mayores de la República Liberal.

El pueblo colombiano sigue lleno de expectativas, pues lleva 200 años en medio del estruendo de la violencia. De mi larga vida, paz, lo que se llama paz, solo la he visto en mis primeros 12 años.

A veces, con tristeza, creo que tenemos un ADN que no permite que nos entendamos los unos con los otros, y por eso las diferencias políticas y hasta las familiares, se resuelven con muerte incorporada, y siempre aparece la ominosa presencia de la violencia. Ni el Papa Francisco pudo lograr que Álvaro Uribe Vélez se amistara con Juan Manuel Santos, y con motivo del funeral de Miguel Uribe Turbay, al que asistió Santos con su señora, Uribe lo agredió en un trino canalla.

Ya se perdió el respeto por la vida humana y hasta el santo temor de Dios, y en cualquier pequeño disgusto salen de árbitros los emprendedores Smith & Wesson, y no demora en entrar en escena el rubio Colt, y los forenses crecen su clientela. Algún genio dijo que los hombres nacen diferentes y estos caballeros norteamericanos los hacen iguales.

Gustavo Petro tuvo en mente implementar reformas de alto contenido social, pero le cayeron encima los jinetes del Apocalipsis para oponerse a todo, y como el presidente también tiene sangre caliente, arma el zaperoco.

No tengo por delante muchos años de vida, pero esos pocos los quiero vivir en paz, para que mis hijos y mis nietos no sientan la permanente intranquilidad de este país asediado por los criminales. La obligación de los buenos colombianos es encontrar un candidato con posibilidades de triunfo, que logre convocar a todo el país para que Colombia logre la tan ansiada tranquilidad, y que como decía el expresidente Darío Echandía “podamos volver a pescar de noche”.