Metido a estas alturas en el cascarón de los 80 años -que no me devuelve con alarma el espejo que tiene más arrugas que yo-, y a pesar de que mis actividades no tuvieron mucho que ver con la economía, aunque casi nunca me faltó nada de comer y beber y leer y de fornicar, me toca ir cuadrando caja de los caudales literarios que he producido -y de los que están en camino- para ver adónde desembocamos.

Para sobrevivir, tanto en este mundo como en el otro -si me va bien y no veo por qué no-, elegí la poesía, y para ello debía hacer uso de la facultad innata de jugar con las palabras ya que desde la cuna me fueron escasos otros juguetes. Todos los días leía y oía por prensa, por radio y por el correo de las brujas, que mataban a la gente por nada por cantidades y me fue dando una rabiecita. Hasta que le dije a papá que era sastre mi primera frase célebre que él apuntó en el libro de las medidas: “Yo no pedí nacer, pero no por ello me voy a dejar matar”.

Cuando entré al Nadaísmo, ese movimiento literario de los años 60 que pretendía acabar con todo y propiciar un nuevo comienzo a partir de cero, como es lo que está haciendo ahora el coronavirus, lo hice por inercia, porque ya lo traía adherido, y las poesías que me fueron saliendo a medida que caminaba me fueron abriendo puertas y me fueron abriendo piernas y me fueron abriendo cuentas bancarias. Como hacía versos ingeniosos los publicistas me contrataron para hacer eslóganes juguetones para los cigarrillos que no fumaba, para los alimentos que no ingería, para los espectáculos a los que no asistía y para los políticos por los que no votaría.

Pero nunca descuidé la poesía que era la pasión que me poseía. Y así me fui ganando los premios de poesía en los que concursé. Lo cual me generó homenajes e invitaciones en el país y en el exterior, llegando a tocar con mis poemas juveniles tímpanos asombrados de jóvenes de ahora en la India y en la China.

Hay personajes que no creen en los homenajes ni los aceptan, así nadie se los proponga, porque piensan que conducen a la soberbia, y ellos son la mata de la humildad. Y hay quienes se inflan de tal modo que al primer homenaje sueltan amarras. O pensaron que no lo merecían y era una burla que no podía soportar su ego, por más modesto que fuere.

En los últimos tiempos, desde que en 2018 cumplimos 60 años, venimos recibiendo invitaciones que devienen en homenajes a los sobrevivientes del arrebato juvenil de los años 60 que hemos mantenido vigente. Por eso no me considero homenajeado-resistente. A pesar de que nací de una familia tan humilde como el barrio donde vivía, me encomendé desde muy joven a la Virgen del Agarradero, me peiné con Glostora antes de salir de levantes, aprendí a bailar tieso y parejo como los parejos de la Tongolele, a echar carreta de la buena como Valentino, a ser tan convincente como Khrishnamurti, a beber como Hemingway y a tirar como Henry Miller.

Desde los primeros años de nuestra aparición en el infiernillo de la sociedad y la cultura colombiana comenzó a regarse el infundio de parte de nuestros enemigos gratuitos de que ‘el Nadaísmo pasó a la historia’, significando que se había marchitado en la eflorescencia. Pero fueron pasando los años, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, sesenta y uno y sesenta y dos. Ya a la mayoría de esos enemigos se los comieron los gusanos y se indigestaron con su carroña.

Y ahora en cambio las gentes que nos quieren y nos admiran exclaman con orgullo de historiadores: ‘El nadaísmo pasó a la historia’. Mirad lo que implica una misma frase de acuerdo con el acento, el de la agresión o el del culto.