A partir de 2020 la humanidad ha experimentado alarmantes señales de retroceso. La pandemia desatada en algún lugar de China, aún desconocido, ha frenado todas las cadenas de suministro, aparte de los miles de muertos y las preocupantes secuelas que el Covid-19 deja en muchos de quienes lo han sufrido. Se trata de una mezcla sin precedentes de graves problemas de salud humana y profundos retrocesos económicos.
Con mucho esfuerzo el mundo comenzó a salir de la devastación causada por la pandemia cuando al camarada Vladimir Putin se le ocurrió declarar la guerra a Ucrania. Otra vez tropas, bombas y muerte en suelo europeo. Desde 1914 Europa (la culta, sabia y organizada Europa), ha dado origen por contra a dos terribles Guerras Mundiales, al conflicto de los Balcanes, a la actual guerra de Ucrania y a otras contiendas menores.
El orden internacional que se estableció tras la hecatombe de 1945, mediante el cual se trató de dar estabilidad y paz al planeta, ha sido severamente cuestionado por la guerra de Putin, lo que representa un preocupante retroceso. El conflicto de Ucrania tiende a prolongarse, logrando de esa manera deshacer los instrumentos diplomáticos que giran alrededor de la Organización de Naciones Unidas.
Los efectos económicos de la guerra de Putin comienzan a sentirse a nivel global. La inflación parece muy difícil de contener, pese a los esfuerzos que los bancos centrales despliegan todos los días. En un mundo dependiente al máximo de la energía proveniente de los hidrocarburos, actitudes como la del dictador ruso Vladimir Putin estrangulan el suministro y elevan considerablemente los precios.
El asesinato de Shinzo Abe, el más prestigioso dirigente japonés, trae de nuevo las sombras de la violencia como arma política. El atentado ocurrió en una nación de remarcables cultura y civilización. No se trata de un país empobrecido como Haití, donde hace un año mataron al presidente. Japón es una de las sociedades más ricas y cultas del mundo por lo cual el crimen de Abe representa un preocupante retroceso.
Las tendencias al retroceso muchas veces se disfrazan de anhelos de cambio. Tal cosa sucedió en la campaña que dio origen al triunfo presidencial de Gustavo Petro en Colombia. Muchas de las propuestas del líder del Pacto Histórico eran inviables o simplemente absurdas. Ellas lograron, sin embargo, atraer a la mayoría de los electores.
Es un retroceso volver a la vieja fórmula según la cual los presidentes se hacen elegir con un programa para luego gobernar con otro. Las voces sensatas que rodean a Petro ya comenzaron a enmendar la plana, a corregir absurdos, a morigerar las promesas para hacer aterrizar lo que en plena efervescencia electoral prometió Gustavo Petro.
Es imposible abandonar la actividad exploratoria en materia de gas y petróleo, pues más de la tercera parte de las divisas que requiere Colombia provienen del sector energético. Es insensato renunciar al excelente precio que el petróleo y sus derivados han adquirido en el mundo tras la debacle de Ucrania.
¿A quién se le ocurre revivir entes burocráticos que se hundieron en medio de la crisis y la bancarrota, como sucedió con el Seguro Social? ¿Acaso no han leído los petristas que a nivel internacional el sistema de salud colombiano es uno de los mejores? ¿Será que los del Pacto Histórico creen que el estatismo argentino es un buen modelo?