¿Quién quiere la paz? Todo ser humano revestido de sensatez. Incluso, la desean hasta ciertas aves como el colibrí de la fabulita del poeta Luis Carlos López (“¡Viva la paz, viva la paz!”). Pero la elaboración de la paz es un trabajo arduo y difícil, en el que las secuelas de la contienda afloran a cada paso. Podría decirse que la guerra y sus desbordes pasionales se adjudican prioritariamente a la acción de las hormonas, pero la paz es, en el fondo, un asunto de neuronas.Para iniciar una guerra basta cualquier pretexto: mataron al archiduque (Sarajevo, 1914), invadieron a Polonia (Europa, 1939), atacaron la flota naval (Pearl Harbor, 1941), eliminaron a la selección de fútbol (Honduras–El Salvador, 1969), les caía mal Sadam Hussein y le inventaron que poseía un arsenal de armas químicas (Irak, 2003), Gadafi insultó a Sarkozy (Libia, 2011). O la muy conocida razón que dio Tirofijo: “Me mataron unas gallinas y unos cerdos” (Colombia, 1964).Pero hay que tener presente que la guerra, interna o externa, siempre es un asunto de Estado. Es decir, que compete a todos los habitantes de los países involucrados, pues pone a prueba la resistencia y supervivencia de sus instituciones. Por ello, llegar al fin de un conflicto debe tomarse como un tema de Estado y nunca como un objetivo de la contienda política por lograr el poder o por retenerlo. De hecho, casi nunca los que declaran una guerra son los mismos que la terminan.Con los diálogos de paz que se desarrollan en La Habana se ha cometido el error de involucrarlos en la lucha política: el gobierno haciendo creer a la opinión que el ‘duro’ de la paz es Santos; y la oposición uribista atacando al gobierno por intentar, por avanzar y por continuar. Vale la pena recordarlo: hacer la paz no es un tema de gobierno sino un asunto de Estado.Santos y los reeleccionistas han tenido a su cargo los anuncios, la pompa y la pantalla. Si cumplir con su deber de jefe del Estado es motivo de rédito político, Santos debería tener en cuenta que el verdadero mérito de los avances no se debe a él, sino a Humberto De La Calle, quien se metió de lleno en la boca del lobo y continúa adelante tejiendo, junto con su equipo, la filigrana del acuerdo. ¿Deberíamos entonces votar por De La Calle para presidente?Y la oposición uribista debe meditar sobre su conducta anti-paz. Con solo saberse que se había alcanzado un acuerdo sobre el segundo de los cinco puntos, la generalidad de la opinión pública, los organismos internacionales, los inversores foráneos, los grandes empresarios nacionales, reaccionaron favorablemente y lo han hecho saber sin tapujos. Uribe y Zuluaga deben recordarlo: lograr la paz es un asunto de Estado y oponerse a ella no es una herramienta eficaz para acceder al gobierno.Que sigan adelante las conversaciones y que tanto los santistas como sus opositores tengan en cuenta que la presión del tiempo no funciona: los diálogos de paz deben continuar con agenda pero sin plazo. O, lo que es lo mismo, que el plazo se determine por el cumplimiento de cada uno de los puntos de la agenda.