Pasados ya unos días de haber terminado la campaña presidencial para elegir el nuevo mandatario de Colombia y sinceramente descansar de tanta agresión entre los aspirantes a dicho cargo, quiero recordar el talante de uno de los formadores de nuestra Patria que sin ser colombiano luchó con verdadero amor por la Gran Colombia, e invitaba a los colombianos a que, por amor a la Patria, nos uniéramos para sacarla adelante: “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.

Mientras recordamos la proclama de Simón Bolívar en Santa Marta en 1830; quiero traer a la memoria las palabras de Pablo VI en su viaje de 1968 a Colombia y en Popayán les decía a los campesinos: “Exhortamos a los gobiernos y a las clases dirigentes a seguir afrontando las reformas necesarias que garanticen un orden social más justo y más eficiente, con ventajas progresivas para las clases menos favorecidas, y con una más equitativa aportación de impuestos por parte de los más pudientes”.

Y en Bogotá a empresarios y dirigentes les dijo: “A vosotros se os pide generosidad, la capacidad de sustraeros al inmovilismo de vuestra posición. Podemos recordaros el espíritu de la pobreza evangélica para disponer orgánicamente la economía y el poder en beneficio de la comunidad. Que vuestro oído y vuestro corazón sean sensibles a las voces de los que piden pan, justicia, participación más activa en la dirección de la sociedad. Emprended con valentía las innovaciones necesarias para el mundo que os rodea (...) no olvidéis que ciertas grandes crisis de la historia habrían podido tener otras orientaciones si las reformas necesarias hubieran prevenido las revoluciones explosivas de la desesperación”.

En las palabras dirigidas a los colombianos la noche del 19 de junio la señora vicepresidente afirmaba que era el triunfo que por tantos años habían luchado con tanto sufrimiento las diversas etnias en ella representadas, y el Presidente electo decía que era el festejo por haber logrado después de más de 200 años conquistar la libertad y de hacer sentir su voz, y así llamaba a lo que en esos 200 años y sintetizada en la campaña electoral no se pudo lograr: que se escuchara el grito de los indignados, para que desde hoy nos escucháramos todos para sacar adelante a nuestra patria, a Colombia.

En el aparente perdedor de la pasada contienda electoral, existe el gran ganador: El no rotundo, unánime de Colombia a la corrupción y junto a este grito el rechazo a los políticos y la política que fue gestando por tantos años esa corrupción de todo el Estado y que con su grito pide una nueva Colombia en donde pueda ser gobernante cualquier ciudadano que se comprometa a servir y escuchar a sus electores y a todos los que conforman la patria. Es el momento de ceder para entender y escuchar al otro y ser humilde para aceptar la diferencia, tolerarla y trabajar con esperanza de lograr unidos la Gran Colombia.