La famosa frase atribuida a Cicerón: “No hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo aceptable”, sigue vigente. Hoy la encontramos en la eficacia del discurso que conecta con emociones y necesidades, aunque sin las virtudes exigidas a esa habilidad por el filósofo y político romano. Así surgen muchos líderes que en medio de la efervescencia omiten precisar cómo harán realidad los sueños de sus seguidores confiados en su supuesta sabiduría.

Quién no desea que lleguen a feliz puerto objetivos y cambios a favor de la paz, el bien común y la vida en la tierra. No se espera que a menos de 100 días un nuevo gobierno logre resultados, pero tampoco palos de ciego al amparo de enunciados y arengas. No bastan las buenas intenciones, si no pasa de modo campaña a gobernar. Mucha tinta ha corrido acerca de este arte, mas lo que al final los ciudadanos y el resto del mundo esperan es sensatez y confianza en sus políticas.
Desconcierta un mandatario si sus mensajes son contradictorios y afectan la estabilidad social y económica del país.

Es incomprensible que tras la meta de una paz total -quién no la anhela- por otro lado, el mandatario del país siembre división y estigmatice personas e instituciones. Así ocurre al descalificar funcionarios y normativas escritas por “sectores sociales que no son propiamente los que nos han dado el triunfo”, considerándolas su “enemigo interno”. Pero no le estorbaron normas del Congreso al que el Presidente perteneció por muchos años, en varios períodos, ni las que beneficiaron a los desmovilizados del M19, ni las que posibilitaron su nombramiento y desempeño en varios cargos públicos hasta su elección. Caen también en su desacertado juicio las disposiciones que consagran los fundamentos para la democracia, la organización del Estado, derechos y obligaciones, normas entre muchas que dedicados funcionarios aplican y enseñan.

Tampoco se compadece con un espíritu democrático pretender apoyos de diversa índole a quienes han cometido delitos durante las protestas, abrogándose atribuciones del Congreso o la Justicia, propósito en que habrán de insistir así no prospere por ahora. Ni están ajustadas a derecho señales ambiguas que han impulsado a comunidades a invadir u ocupar tierras de legítimos propietarios o poseedores. No se vale entonces minar pilares de una sociedad que, con sus aciertos y desaciertos, es al fin y al cabo una democracia con separación de poderes públicos.

Entre la profundización de divisiones racistas y búsqueda de culpables río arriba, alude el Presidente a los blancos, llamándolos “descendientes de esclavistas”, avivando así rencores, a pesar de que medio mundo nuestro tiene vestigios de ascendencia blanca en su ADN, por efecto del mestizaje. Es la razón de la sin razón. También son culpables empresas y gremios económicos, la autosuficiencia energética y elementos de la naturaleza como el gas, al punto que mejor pensar en importarlo de Venezuela, idea sin sentido por donde se analice.

Y el culpable de la inflación y alza del dólar: Estados Unidos. Si bien confluyen factores externos, es notoria la porción de responsabilidad del Ejecutivo. El daño está, los ahorros y salarios pierden su capacidad adquisitiva y continúa subiendo la moneda americana; ojalá prosperen medidas del gobierno para calmar el mercado. No es justo que así vayan las cosas en el país, cuando podrían ir mejor.