Poco se habla de Paraguay a la hora de poner sobre la mesa temas espinosos de guerra e inseguridad. Ese país, bastante desconocido por acá, pasó a primera página las últimas semanas por el asesinato de un fiscal en Barú. Ese bajo perfil es hoy útil para pesos pesados del hampa. Allá han encontrado gran éxito militantes de Hezbolá (grupo terrorista iraní y partido político libanés) y capos del Primer Comando de la Capital (grupo delincuencial brasileño).

Entender ambos grupos y la naturaleza de su presencia en nuestra región es importante para los desafíos de seguridad de Colombia hoy (y los que se vienen). Empecemos con Hezbollah. Su presencia no es nueva, aunque sí bastante ignorada. Se instalaron en la región trifronteriza entre Paraguay, Argentina y Brasil desde el siglo pasado con las olas de inmigración árabe hacia este continente.

El grupo nació como, y aún es, un proxy de los clérigos radicales iraníes. Hoy hace el trabajo sucio que el régimen islamista no puede o no quiere hacer oficialmente. Con la diáspora que ya existía en la zona, los iraníes tuvieron que tirar la red para ver qué pescaban. Sacaron peces gordos, cultivaron unos y mandaron otros.

Desde entonces, ha sido una base de operaciones logística y financiera, que le es útil a todos los brazos de Hezbolá: al partido político libanés, al grupo terrorista internacional y al régimen sancionado de Teherán. Paraguay, con aranceles bajos, zonas de libre comercio y baja aplicación de regímenes tributarios, ha sido atractivo y útil para sus negocios oscuros. Esas condiciones que deberían atraer empresas privadas, y una institucionalidad débil, son el ‘mix’ perfecto para grupos criminales.

Por eso la región ha sido desde el siglo pasado un epicentro de tráfico de armas y drogas, de contrabando, falsificación de documentos y divisas y lavado de activos. Las células de Hezbolá han explotado esa vulnerabilidad y han aplicado esquemas para establecer cadenas de suministro y de lavado de activos con ‘fachadas’ y con el famoso hawala.

A hoy, afortunadamente, no lo han usado como un trampolín serio de radicalización. Si han activado operaciones terroristas, como se sospecha que lo hicieron con los bombardeos a la embajada israelí y a la Amia en Buenos Aires. Aun así, poco se habla y menos se hace contra Hezbolá en el continente. Los gringos han puesto la lupa sobre las actividades del grupo en los últimos años, únicamente a medida que su estrategia contraterrorista comenzó a hacer mayor hincapié en cortar las cadenas de financiamiento internacional.

Con el siguiente gobierno, Hezbolá podrá tener la puerta abierta para crecer en Colombia con sus compinches en fusil y pantaneras. Ojalá el que llegue a Palacio no sea el que, muy probablemente, les comerá entero el cuento de la liberación de los oprimidos árabes.