Adele era una pequeña de 13 años a la que le gustaban los epitafios desde la primera vez que leyó una en una tumba.

Cuando la llevaban a un entierro llevaba una agenda, observaba las lápidas y copiaba los que le gustaban.

Se sabía algunos de memoria y los compartía cuando sentía que le podían servir a alguien.

Un día le pasó este a su prima Paula que era muy amiga de aplazar todo y que amaba a Adele como a una hermana:

“Aquí está el cuerpo de alguien que mañana iba a cambiar y mejorar”. Desde ese día Paula decidió actuar.

En otra ocasión escuchó a una vecina muy amiga de su mamá que repetía mucho: ¿para qué estoy acá? Le dio este epitafio:

“Estamos en esta Tierra de paso y la misión es amar para dejar este mundo mejor de lo que lo encontramos”.

Para sí misma Adele tenía este muy visible en su cuarto: “En mi vida la prioridad fue el ser, no el tener”.

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