Se cuenta que hace años un sultán se hizo a la mar en Estambul y, al poco rato, se desató una gran tormenta.

Uno de los esclavos de a bordo comenzó a llorar y a gemir de miedo, porque era la primera vez que subía a un barco.

Su llanto era tan insistente y prolongado que la tripulación comenzó a irritarse, y el sultán pensó en arrojarlo por la borda.

Pero su primer Consejero, que era un sabio, le dijo: “No, dejadme a mí ocuparme de él. Creo que puedo curarlo”.

Entonces ordenó a unos cuantos marineros que arrojaran a aquel hombre al mar atado con una cuerda.

Ya en el agua, el pobre esclavo, totalmente aterrorizado, se puso a chillar y a debatirse frenéticamente.

Un rato después el sabio ordenó que lo izaran a bordo. Una vez en cubierta, el esclavo se tendió en un rincón en absoluto silencio.

El consejero dijo al sultán: los seres humanos nunca nos damos cuenta de lo afortunados que somos hasta que nuestra situación empeora.

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