Juan Esteban Constaín escribía la semana pasada “Lo que llamamos la humanidad no es sino eso, sus palabras”. Somos humanos en cuanto manejamos lenguaje. De allí que la palabra sea tan representativa de lo que se guarda en el interior. ¿Recuerda la expresión “yo prefiero 80 veces al guerrillero en armas que al sicariato moral difamando”, dicha el 23 de abril? ¿O, más reciente: “Prefiero guerrilleros reales y no guerrilleros simulados” dicha el 20 de agosto? Las expresiones definen un perfil de personalidad que no puede esconderse porque como se dice en términos psicoanalíticos, el inconsciente habla. Y la palabra delata nuestras intenciones.

Entonces es claro que hubo muchos colombianos ‘apostándole’ a volver trizas los acuerdos de paz. De todos los frentes. No iban a descansar hasta lograrlo. La paradoja es que los extremos ‘irreconciliables’ coincidieron en su objetivo. Con base en sus intereses particulares que pueden ser económicos, de soberbia, ego, ansia de poder, odio, dolor, resentimiento, están intentando llevar al país por el camino que ellos desean.

Escribí ‘intentando’, porque (otra vez hay una paradoja), cada vez que un compatriota se interrogue por lo que pueda pasar, cada vez que se asuste con el futuro porque la situación actual puede cambiar, está haciéndole un reconocimiento al proceso de paz. Está añorando algo que se está perdiendo. Y otra vez el lenguaje como apoyo a la realidad: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Porque ahora como nunca, se sentirá la diferencia. Ahora, en cada hecho de violencia, con cada muerto o herido que caiga, siempre existirá la comparación, se mirará con el espejo retrovisor y confrontaremos. La perdimos, se nos escapó de las manos. Nos la arrebataron.

¿Quiénes? Hombres, varones con un deseo infinito de pelea y retaliación. A esta nueva guerra nos vuelven a convocar hombres. De todos los colores y miradas políticas. Son los hombres los que se alimentan de bala y muerte. La destrucción pareciera ser su motivación. Me pregunto, ¿de qué están hechos los genes masculinos que tienen que vivir en guerra? ¿Porque los varones tienen que vivir matando y derrotando a otros?

Como creo que venimos a la vida a aprender, que nada es “en contra”, que los procesos de aprendizaje son perfectos, hoy como nunca estamos haciéndole un reconocimiento a la anhelada paz. Hoy como nunca, Colombia está valorando la época reciente anterior, porque se pudo vivir de otra manera. La zozobra de la guerrilla, al menos en gran parte del territorio colombiano, había mermado. Los negocios crecieron, el turismo se acrecentó y se tenía un país relativamente en paz.
Saboreamos tranquilidad. Para nuestras Fuerzas Armadas, tan vapuleadas por esta guerra sin fin, el Hospital Militar ‘vacío’ era una muestra de que se podía vivir de otra manera. Era un inicio.

Entonces, cada vez que se queje, cada vez que se lamente, o que añore ‘lo de antes’, sienta que desde su corazón está reconociendo la paz que de pronto no valoró lo suficiente. Terca, obstinadamente, la paz se volvió peligrosa. Me niego a escribir en pasado. No la hemos perdido y es compromiso defenderla, aceptando lo que la Historia enseña: violencia no se suprime con violencia. ¿Cuántos muertos más se necesitaran para sentirnos cómodos con ella?

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