Un imaginativo profesor de relaciones internacionales, examina la geopolítica mundial desde una perspectiva emocional. Es el analista Dominique Moisi. Europa y Estados Unidos se mueven dentro de la cultura del miedo ante el surgimiento de otras naciones. Asia Pacífico, con el liderazgo de China y la India, cultivan la esperanza reforzada por el optimismo y la confianza. Árabes y musulmanes se declaran humillados por el desconocimiento de sus grandes logros en pasado remoto y el desconocimiento del papel que pueden jugar en la historia contemporánea. Miedo, esperanza y humillación.Al terminar la Guerra Fría (1989-1991) los analistas se movían entre dos categorías: la de la esperanza y la del miedo. Es lo que ocurre en momentos cruciales de la historia.En varias ocasiones me he preguntado si la teoría del profesor Moisi es aplicable al contexto colombiano. Qué sectores se moverían en el ámbito del miedo, quiénes en el de la esperanza y quiénes se sentirían humillados.Un proceso de paz se construye mirando al futuro y no al pasado. Mientras que el pasado resurja, es prácticamente imposible superarlo. Solamente, en la medida en que nos coloquemos, con esperanza, en lo que puede ser el futuro, es posible llegar a consensos, buscar la convivencia, abrir nuevos caminos.La esperanza es virtud que dura poco. No hay que manosearla. Muy pronto, cualquier situación es capaz de hacerla desaparecer. Es un sentimiento muy frágil.No ocurre así con el miedo, que encuentra siempre docenas de motivaciones, de recuerdos, de hechos protuberantes que lo alimentan. La humillación es un tema más complejo. Dejémoslo ahí.El resultado del referéndum británico fue producto de una confrontación propagandística entre dos miedos: el miedo a seguir en la Unión Europea con los riesgos que implicaban la inmigración, un gobierno lejano desde Bruselas y el sentimiento de que los británicos estaban perdiendo su gloriosa herencia y su manera de vivir y de hacer las cosas; el otro miedo era el del precio enorme que significaría la desaparición de miles de vínculos comerciales, financieros, sociales, académicos, construidos durante más de cuarenta años, que se encontraban plasmados, así se dice, en 180.000 páginas.Algún analista dijo que la campaña había oscilado entre los hechos y las fantasías. O sea una en la cual las verdades a medias, de lado y lado, se habían impuesto. Es posible que hoy, ni uno ni otro lado, estén satisfechos con lo que ocurrió. La conclusión es que un tema tan complejo no se debe someter a decisión popular, porque los ciudadanos no alcanzan a tener toda la comprensión del fenómeno sobre el cual están decidiendo.El resultado del Plebiscito en Colombia debería ser el producto de la esperanza y no del miedo. De una mirada al futuro, no al pasado. La Corte Constitucional ha precisado cuáles son las consecuencias del triunfo del Sí y cuáles las del triunfo del No. En ambos casos, espero haber leído bien, la indispensable búsqueda de la paz sobrevive, entre otras razones, porque es mandato constitucional de obligatorio cumplimiento (Constitución Nacional, Arts. 22 y 95).La aprobación del Plebiscito otorga legitimidad, estabilidad temporal y garantías de cumplimiento, dice la Corte. El Acuerdo sólo podría ser desvirtuado por otro Plebiscito. Preparémonos para la paz como exitosamente lo hicimos para confrontar el desafío armado.