Por: Héctor Fabio Fernández O., delegado Comunicaciones

San Lucas 17, 5-10, nos dice que la fe, aunque pequeña como un grano de mostaza, tiene poder transformador. Jesús nos llama a servir con humildad, sin esperar recompensa. Somos siervos que cumplen su deber, confiando en que Dios obra maravillas a través de nuestra entrega sencilla y fiel.

Los apóstoles le piden a Jesús: “Auméntanos la fe”. Esta súplica revela una conciencia profunda de su fragilidad espiritual y su deseo de crecer en confianza hacia Dios. Jesús responde con una imagen poderosa: si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían ordenar a una morera que se arrancara y se plantara en el mar. Con ello, nos enseña que no se trata de tener una fe gigantesca, sino una fe auténtica, viva, capaz de mover lo imposible porque está arraigada en Dios.

Luego, Jesús cambia de tono y habla del siervo que, tras trabajar todo el día, no espera recompensa ni agradecimiento, sino que cumple su deber. “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”, dice el texto. Esta frase no pretende humillar, sino ubicar: nos recuerda que el seguimiento de Cristo no es una negociación, sino una entrega generosa. Servimos no por mérito, sino por amor.

La fe y el servicio son inseparables. La fe verdadera no se queda en palabras ni en deseos, sino que se traduce en obras concretas, en disponibilidad, en humildad. Y el servicio cristiano no busca reconocimiento, sino que nace de la alegría de pertenecer a Dios y colaborar en su obra.

Hoy se nos invita a revisar nuestra actitud: pedimos más fe, pero ¿estamos dispuestos a servir sin esperar aplausos? ¿Nuestra fe se manifiesta en gestos cotidianos de amor y entrega? Que el Señor nos conceda una fe humilde, perseverante y activa, capaz de transformar nuestra vida y la de quienes nos rodean, porque en lo pequeño, en lo oculto, en lo fiel, se revela el poder de Dios.