Del presidente Gustavo Petro podrán decirse muchas cosas (unas ciertas, otras no), pero resulta todo un despropósito calificarle como un líder del narcotráfico, tal y como se ha encargado de hacerlo el presidente Donald Trump. No solo es un despropósito, sino también un exabrupto y no tengo problema en decirlo siendo que milito en un proyecto de cambio para Colombia, así yo no sea petrista, ni militante del Pacto Histórico, ni contratista en manera alguna en el actual gobierno.

De manera que, en estas circunstancias complejas de las relaciones con el gobierno de Estados Unidos, no estoy haciendo, ni mucho menos, una defensa gratuita del Presidente, sino enalteciendo la voz frente a algo que es una absoluta injusticia, con consecuencias inciertas, pero en todo caso peligrosas.

Es cierto que el Presidente colombiano se ha enfrentado a la visión norteamericana sobre distintos temas, incluyendo el conflicto en Gaza y Medio Oriente y el Cambio Climático y muy particularmente en la lucha contra el narcotráfico. Y salvo su improcedente llamado, megáfono en mano y en el propio territorio americano, a que los militares desobedezcan a su comandante en jefe, el presidente Trump, lo que ha mediado en estas tensiones son argumentos antagónicos, válidos en cualquier discusión trascendental sobre asuntos cruciales para la vida de un país o el planeta mismo.

Puede ser que se esté o no de acuerdo con los argumentos de Petro y sus muchas veces extrañas maneras de expresarse, pero se trata al fin y al cabo de un debate político que debe caber en cualquier democracia y en las relaciones entre naciones.

Tomemos por ejemplo el tema de la lucha contra el narcotráfico, en el que las cifras de interdicción e incautaciones de este gobierno no tienen precedentes en la historia del país, lo cual no es congruente con que Gustavo Petro sea un líder del narcotráfico. Y el abordaje sobre los cultivos de uso ilícito aguanta muchas discusiones siendo que es respetable un enfoque que privilegia la erradicación voluntaria por sobre la forzada (incluido retomar las fumigaciones con glifosato) en la búsqueda al mismo tiempo de transformar economías ilegales en legales. Y el crecimiento de esos cultivos no supone necesariamente el fracaso de esa perspectiva, sino que interpela es por las dificultades institucionales para hacerlo más eficaz y con mejores resultados.

Y seamos honestos en cuanto a que, en desarrollo de la llamada Paz Total, el hecho de que estén participando reconocidas estructuras ilegales y criminales (vinculadas al narcotráfico) no significa en sí mismo que haya una tonelada más de coca exportándose al exterior por cuenta de dicha política, en tanto el gobierno no ha pactado que la Justicia y la Fuerza Pública dejen de cumplir con sus cometidos. Antes bien, hay poco que perder y sí mucho que ganar en esos diálogos si se logran avances concretos, como deseamos muchos y espera el país.

Donald Trump ha militarizado el problema del narcotráfico y eso de estar aplicando la pena de muerte mediante el bombardeo de supuestas embarcaciones ilegales es ir demasiado lejos. Algunos dicen que al presidente norteamericano no hay que tomárselo en serio, pero yo creo que es todo lo contrario, peligrosa y tristemente.

En toda esta crisis es posible tener muchos e insalvables desacuerdos pero hay uno que debiera concitar la responsabilidad y carácter de todos los sectores, incluida la oposición: ¡El presidente Gustavo Petro no es un líder narcotraficante!