Hay especulaciones en torno de la vida política que no es conveniente animar. Que la reelección, que la prórroga del mandato, que la convocatoria de una asamblea constituyente, han sido para mí temas que no han tenido un fundamento sólido, como para que la ciudadanía se embarcara en reflexiones al respecto y ello, para abrigar temores o contemplar fatales horizontes. Se ha gastado mucha energía política en este tipo de rumores, que en ocasiones hay que reconocerlo, han llegado a tener alguna base de credibilidad, pero, insisto, no un fundamento sólido.

Es lo que ha venido ocurriendo, también, con el tema de las elecciones del 2026. Que no se van a realizar, que se van a utilizar herramientas constitucionales, como la conmoción interior para suspenderlas, que se ha fomentado una situación de orden público, precisamente para crear situaciones que las hagan inviables.

Y ni hablar de las especulaciones certeras sobre la votación en el Senado de un nuevo magistrado de la Corte Constitucional, esta vez con tanto fundamento que el gobierno despidió tres ministros.

Colombia ha tenido una impresionante y admirable tradición electoral. Habiendo vivido momentos muy difíciles relacionados con temas de violencia. Las elecciones se han realizado en las fechas que correspondía y con las garantías que los ciudadanos y los aspirantes a puestos de elección popular esperan.

Algún investigador norteamericano escribió un buen libro que lleva el título de ‘Democracia con violencia’ para significar algo muy extraño en la vida política, que es convivencia de la vida democrática con una de sus dimensiones más complejas, difíciles y sensibles a fenómenos de violencia, el proceso electoral.

Nadie alega que siempre ha sido perfecto, impecable en todas sus expresiones y situaciones, pero es un elemento de la vida democrática que los ciudadanos esperan que tenga lugar y en el cual, no obstante altas cifras de abstencionismo, participan en ocasiones corriendo riesgos. Es una de las fortalezas de Colombia, y así la incluí en el libro que publiqué con ese nombre y Eduardo Posada-Carbó, cuidadoso y prolífico historiador, registró la vigencia de este fenómeno y la importancia que él ha tenido para la democracia colombiana.

Por eso, en pleno proceso electoral, no tiene sentido que ser rumore o se diga o se especule con la idea de que las elecciones no van a tener lugar. Eso jamás ha ocurrido ni en las circunstancias más difíciles. Es uno de nuestros méritos como democracia. Una democracia que sobrevive a pesar de desafíos enormes, como pocas han tenido que experimentar en el mundo. Y eso ha contribuido a hacer admirable el funcionamiento de nuestra democracia, no obstante, sus imperfecciones.

En abstencionismo que ha caracterizado el comportamiento electoral de los colombianos, es una paradoja, y hay que decir que en ocasiones muy especiales, la participación electoral se ha elevado, como fue el caso del plebiscito de 1957.

La nuestra no ha sido una democracia fácil y por eso muchos pueden encontrar argumentos para denigrar de ella. Eso no es justo, es lo contrario, esos argumentos sirven es para exaltarla y para mostrar el apego tremendo de los colombianos por su vida democrática. Tan valioso como esa otra fortaleza colombiana, descrita muy bien por el distinguido historiador Malcolm Deas, que es la sólida tradición civilista que ha caracterizado más de 200 años de vida democrática.

El sistema electoral se ha venido perfeccionando y superando vicios y dificultades. La registraduría, sus funcionarios, sus procedimientos se presentan como un modelo de respeto a la voluntad popular. Fortalezcamos aún más esa importante tradición.