A veces encontramos entre las hojas de un libro, un recorte de prensa que nos sorprende no solo por su antigüedad, sino por la vigencia de su contenido, como si nada hubiese cambiado desde el año de su publicación.
Es el caso de una entrevista de El Tiempo del año 2000, a Marshall Berman, filósofo alemán, titulada “Modernidad con trauma en Colombia”. Allí advierte sobre el proceso traumático de la modernidad, pero también los beneficios recibidos incalculables que se tradujeron en mayores niveles de vida y libertad, algo impensable antes.
El modernismo, con sus raíces en el movimiento intelectual europeo de la ilustración en “El Siglo de las Luces” (siglo XVIII), condujo a la humanidad a servirse de la razón. Su influjo sobre la cultura, la ciencia y la política occidental representó un gran progreso, no exento de nostalgia por las transformaciones de lugares y modos de vida, abandono de antiguas creencias y dificultades ante avances y procesos de todo orden.
Su dinámica derivó en lo que Berman llamó (en términos de Marx), un mundo en el que “Todo lo sólido se desvanece en aire”. Así tituló una de sus obras. Ser moderno, dice, “Es ser, a la vez, revolucionario y conservador: vitales ante las posibilidades de experiencia y aventura, atemorizados ante las profundidades nihilistas (…) ansiosos por crear y asirnos a algo real aun cuando se desvanezca” (p1, Siglo XXI Editores).
A pesar de las contradicciones, se produjeron valiosas creaciones y tradiciones propias, como la democracia y el reconocimiento de derechos y libertades, pilares amenazados por diversos actores y gobiernos del mundo, hoy más que antes. Se sobreponen guerras, genocidios y autoritarismos que atentan contra el progreso alcanzado y son un retorno a la irracionalidad.
Con la violencia, el narcotráfico, el terrorismo y la corrupción, retrocedemos, porque significa deshumanización y olvido de los valores necesarios para el bienestar general. Son fenómenos que presenciamos en nuestro país a niveles insoportables, y aunque nos recuerden tiempos pasados, parece que “El pasado no muere nunca. Ni siquiera es pasado”, como dijera William Faulkner (en ‘Réquiem para una monja’).
En la entrevista, Berman advierte acerca de la producción preponderante de un producto ilegal: “Eso puede ser lo que le está pasando a Colombia con la droga en los últimos 20, 30 años, ya que los efectos de esta característica es que interrumpe el funcionamiento de la economía. El desequilibrio proviene del exceso de poder que este tipo de economía les otorga a unas personas y a otras, en cambio, el sueño de un poder aún más grande” (Lecturas Dominicales, 15.10.2000).
Ha quedado claro que el altísimo nivel de poder alcanzado por las mafias en los tres últimos años se debe en gran parte al debilitamiento de las Fuerzas Armadas, al cese del fuego en la llamada paz total y al dinero del narcotráfico. Quedan pendientes las responsabilidades y la eficacia en la lucha contra ese flagelo.
Por la memoria de los civiles, policías, soldados y víctimas de los atentados, Cali se levanta solidaria y determinada a seguir adelante con la fuerza de la ciudadanía, las autoridades y empresas. Porque el pasado nos moldea en el presente, nuestra formación y experiencias dolorosas han de servir para decidir que los autores y las torpes políticas que las propiciaron no deben ir más, ni determinar nuestro futuro.