Esta semana me pregunté qué pasaría o, más bien, qué me pasaría si el equipo de fútbol de mis amores de repente desapareciera. Para muchas personas esto podrá sonar ridículo, pero creo que el vacío sería inmenso, igual que esas pérdidas que te parten la vida en dos.
Eso es lo que deben estar viviendo los hinchas del ya extinto Atlético Huila, uno de los llamados equipos tradicionales del balompié nacional, que pese a haber sido fundado en la década de los 90, logró ser un buen animador del rentado nacional, con dos subcampeonatos (2007 y 2009), una participación en Copa Sudamericana (2010) y un casi fugaz papel en la ya inexistente Copa Conmebol en 1999.
El equipo opita, al no poder contar con un escenario deportivo digno para competir (el estadio Guillermo Plazas Alcid parece más una escombrera que un campo de fútbol), se mudará a Yumbo, Valle, dejando atrás su nombre, su uniforme, su hinchada y su clásico escudo, pero no sus memorias.
Porque los futboleros vamos a recordar los golazos de la ‘Champeta’ Velázquez, las atajadas de Lucho Estacio, la creatividad de Sebastián Hernández y al entrañable personaje que fue Guillermo el ‘Teacher’ Berrío, uno de los hombres más importantes del club en sus 36 años de vida. En mi caso, voy a valorar siempre la oportunidad que el Huila ofreció a tantos canteranos del Deportivo Cali que allí hicieron sus primeros pinos en el fútbol y que luego fueron grandes figuras del club verdiblanco, como Álvaro el ‘Caracho’ Domínguez, Fredy Montero, entre tantos otros.
Pero más allá de goles, números e historia, insisto en el vacío que queda en el alma de un hincha luego de una muerte institucional. Porque nos han vendido que el fútbol es el deporte del pueblo, que pertenece a la gente y demás, pero lo cierto es que el balompié es un imperio comercial gigante, donde lo que es rentable prima más que el sentimiento o el amor a una camiseta.
Me pregunto cómo serán ahora las semanas de los hinchas del Huila, que ya no pensarán en su rival del fin de semana, en el jugador que les gustaba ir a ver o en la difusa ilusión que tenemos todos de ver campeón a nuestra escuadra en algún momento. Ahora, imagino, que sus domingos consistirán en enviar suspiros al aire, anhelando esos goles que antes los hicieron tan felices.
Qué lástima que sucedan este tipo de cosas. Que los clubes de fútbol que emocionan a la gente sean manejados en algunas oportunidades por personas que toman malas decisiones, que el deporte no tenga el apoyo suficiente en algunos municipios, y que los hinchas sean los que terminan pagando los platos rotos de un pecado que tenemos algunos de los mortales: ser culpables de amar a un equipo de fútbol por sobre todas las cosas.