Todo empezó con el propósito de hacerle a Rodolfo Hernández una lista de los ‘santanderismos’, expresiones costumbristas de su tierra que puedan ser malinterpretados por sus peligrosos contendores políticos y en estas tres semanas cualquier error sería muy costoso.

Decir que prefiere las ‘culonas’ a cualquiera otra tentación, sería usada por su perverso rival como misoginia o cosificación de la mujer y no aceptará que se refiere a las deliciosas hormigas que enloquecen a los santandereanos.

Capítulo aparte tendría la palabra ‘pingo’, expresión fuerte pero amigable para decirle a alguien que le falta malicia indígena. En femenino, tiene otra acepción relativa al aparato reproductor masculino, así que a cuidarse de decir ‘mucha pinga’ a una ingenua, pues Petro dirá que el ingeniero es un viejo verde y corrompido.

Pero tal vez la expresión local más compleja es ‘arrecho’. Mientras para los santandereanos hace referencia a una persona de carácter, con temperamento fuerte, muchas veces bravo, para el resto del país la arrechera tiene relación con la excitación sexual y se ha ido haciendo extensiva a esas ansias intensas que algunos tienen en su interior por conquistar personas o bienes materiales. “Se mantiene arrecho por conseguir billete” dicen de los avaros y de los corruptos.

He comprendido entonces que en Colombia hay varios tipos de arrechos; unos así, con mayúscula, como Rodolfo Hernández que tienen el carácter y la fortaleza de espíritu para desafiar la política tradicional, para buscar el cambio sin saltar al vacío, para darle altura a la gestión pública con profundo contenido social. Y hay arrechos con minúscula, ansiosos por conquistar el poder para permanecer en él indefinidamente; para darle paso a su resentimiento y a la lucha de clases, arrastrando con esta la inversión privada, generando inestabilidad y pobreza; favoreciendo grupos de parlamentarios reconocidos por su avaricia insaciable; en síntesis, arrechos por el poder para darle rienda suelta a sus ambiciones personales.

Hay de dónde escoger, entre los arrechos con carácter y principios, que a veces nos incomodan con su dureza, pero sabemos a qué atenernos con ellos, o los arrechos con minúscula, como tantos dictadores de América Latina que corrompieron los regímenes para sostenerse en el poder y empobrecieron al pueblo por la falta de oportunidades, pero viven como reyes con su cenáculo de forajidos en palacio. No es difícil escoger. Ni pingos que fuéramos.