Con la llegada de Gustavo Petro a la presidencia llueven las invocaciones a los espíritus del más allá. No me referiré a quienes le desean el mal, porque eso es arriesgar el futuro de todos los colombianos. Pensemos entonces en la invocación a aquellas almas que según los gustos pueden iluminar el camino del presidente electo. Algunos claman por la guianza de Jorge Eliécer Gaitán; otros por las de Pizarro y Bateman; hoy es imperdonable dejar de concurrir a pedir la bendición de los mamos de la Sierra Nevada y quienes estudiaron en Cuba y siguen la mitología Yoruba lo hacen a través de los Orishas.
Todos tenemos a quien pedir para que no nos vamos al precipicio y reconstruyamos la nación, minimicemos la polarización y fortalezcamos el equilibrio social. En esa dirección yo invoco y ojalá así lo haga el nuevo gobierno, la iluminación de Nelson Mandela.
Mandela fue el primer presidente negro en Suráfrica, país al que gobernó entre 1994 y 1999. Desde muy joven fue un activista contra el Apartheid, aberrante práctica de muchos siglos para excluir a la población raizal pues el poder fue ejercido por las minorías blancas.
En su autobiografía El largo camino hacia la libertad, Mandela narra las inhumanas formas de segregación racial que padecían los afros y como él y sus compañeros dieron la batalla contra ese racismo institucionalizado y consecuentemente, contra la desigualdad social.
Después de muchos sufrimientos y humillaciones, en 1962 Mandela fue arrestado y sentenciado a cadena perpetua. Estuvo preso 27 años y fue liberado por la presión internacional. Las minorías blancas no encontraron a un derrotado sino a un altivo luchador que unos años después ganaría la presidencia del país. Cuando todos esperaban la venganza desde el poder, Mandela promovió la reconciliación nacional, hizo un gobierno de coalición, reconstruyó la historia para no repetirla y actuó con grandeza pensando en un futuro donde todos los surafricanos pudieran convivir, independientemente de su raza. “Los valientes no temen al perdón, si esto ayuda a fomentar la paz”, era uno de sus principios.
No cayó en las tentaciones de las nacionalizaciones porque temía que la inversión extranjera huyera del país. Es inolvidable cómo apoyó el rugby, deporte de blancos pero de reconocimiento internacional, para fortalecer el sentimiento de unidad nacional. Incomprendido, incluso por su exesposa y quienes querían menos manos tendidas y más revancha, Mandela ganó el premio Nobel de la Paz porque tuvo la grandeza de deponer la fiereza de los espíritus para reconstruir la unión y el progreso de su país. Por eso lo invoco en estos inicios del nuevo gobierno.