El abuso sexual contra menores entre los 5 y los 14 años ha aumentado a un ritmo alarmante durante los últimos años. Se calcula que solo se reporta el 30 % de estos crímenes. Las cifras de impunidad son cercanas al 95%.

De tiempo en tiempo escribo sobre este tema para contribuir a la conciencia colectiva y como una catarsis personal al respecto de una aberración inconcebible que parece no tener solución. Me he referido en el pasado a casos aterradores que llegaron a los medios, como el del 21 de junio de 2020 cuando siete soldados colombianos secuestraron a una niña embera de 11 años de edad del resguardo indígena Dokabu, de Pueblo Rico, noroeste de Risaralda. La llevaron a una zona apartada donde seis de ellos la violaron, mientras el séptimo sirvió de campanero.
Hace más de cinco años también fue noticia nacional el secuestro, violación y asesinato de Yuliana Samboní. Han ocurrido miles más, en números crecientes cada año, que han pasado prácticamente desapercibidos.

Estas escabrosas historias son de conocimiento general y su manejo hace parte de la misma pantomima de siempre. Las autoridades prometen llegar hasta el fondo del asunto. Durante unos días, la prensa convierte la historia en la gran noticia. En los corrillos sociales todo el mundo la comenta como el evento del día, pero al día siguiente ya nadie se acuerda.

Según Medicina Legal, entre 2016 y 2019, 35.327 niños fueron atendidos en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar por abuso sexual, mientras que otros 30.631 llegaron por maltrato físico y psicológico. La Defensoría del Pueblo reportó un incremento del 9.5 % en los delitos sexuales contra menores entre los años 2021 y 2022.

El informe Infancias Robadas, de la ONG Internacional ‘Save the children’, revela que Colombia ocupa el segundo lugar en el mundo en desplazamientos forzados después de Siria y el cuarto lugar del mundo en víctimas de homicidio infantil con 22 por cien mil habitantes, después de El Salvador (23), Venezuela (25) y Honduras (35).

Las razones de estas cifras para Colombia deben ser múltiples, pero cabe destacar unas pocas:

* Muchas personas, por conveniencia, no reportan los crímenes y prefieren convivir hipócritamente, en silencio, con la aberración cotidiana.

* No solo se toleran, sino que se celebran las conductas machistas y pedófilas que hacen referencias lujuriosas hacia menores. Estas conductas deberían ser reconocidas inmediatamente por los que las presencian como perversiones sexuales condenables.

* Socialmente los comentarios lascivos, supuestamente inofensivos, y las insinuaciones obscenas hacia las mujeres en general, y hacia las subordinadas en particular, producen risa en lugar de producir asco.

* El hombre en posición de poder, a nivel político, social y empresarial, se las puede arreglar para abusar de subalternos y subalternas que no tienen ninguna posibilidad, o por lo menos no creen que la tienen, de ser exitosos en una denuncia.

Como sociedad, tenemos que empezar ya a reconocer la enorme responsabilidad que tenemos de denunciar conductas claramente antisociales. La tolerancia contra el abuso sexual de menores tiene que ser cero.