A finales del 2016 el país entero se rasgó las vestiduras pues un arquitecto de la clase alta bogotana secuestró, violó y asesinó a una humilde niña de siete años. En ese momento, Colombia llegó a ilusionarse porque finalmente se castigó al culpable y ese ejemplo haría que otros asesinos en potencia se controlaran y en consecuencia los niños y niñas estuvieran más protegidos.

Nada más lejano de la realidad. Según los informes de medicina legal, las violaciones sexuales de niños crecieron en el 2017. Y en el 2018 se incrementaron en un 12.7 % lo que equivale a decir que 64 menores de edad fueron violados cada día. De ellos el 74% fueron niñas.

Paralelo con esta salvaje situación, sin duda un record mundial, corre el incremento alarmante de la corrupción en todas las esferas sociales, estimulada por los más encumbrados personajes.

De entre muchas causas de esta descomposición social tan alarmante, hay que resaltar que su germen, otras veces mencionado en este espacio, es la enorme tolerancia de la sociedad a los comportamientos torcidos, que comienza por las pequeñas cosas pero que escala con rapidez y que guarda mucha relación con los abusos contra los menores.
El perfil de los sociópatas disimulados en general y de los violadores de niños en particular es muy variado y suele pasar desapercibido:

Son personas de apariencia inofensiva que cuidan mucho su fachada. Seductoras y convincentes, se ganan la confianza de los allegados ingenuos y así logran un acceso a los niños. Sus grandes capacidades para el fingimiento y el disimulo les permite ocultar o minimizar su historia personal de atracción erótica por los menores, su disfrute con los chistes machistas y pedófilos y su irresponsabilidad o impulsividad. Mentirosos y manipuladores por excelencia tienen comportamientos adecuados cuando están bajo vigilancia pero si nadie los observa cometen indelicadezas.

Complementan el cuadro clínico su frialdad emocional, su indiferencia frente al sufrimiento ajeno, su irrespeto por las normas, la facilidad con la que pasan por encima de los derechos de otras personas y su gran habilidad para inducir culpas en los demás, identificar sus debilidades y explotarlas a su favor. Armados con esas características circulan por todos los caminos sin levantar sospechas y así logran meterse en el corazón de los hogares.

Si alguien tiene simultáneamente varias de las características mencionadas, es fundamental evitar que los niños se acerquen a este individuo pues es probable que se trate de un lobo disfrazado de oveja. El documentarse acerca de las características de estos tenebrosos sujetos, mejora la capacidad del ciudadano para identificar a los antisociales disimulados y de esa manera prevenir las acciones del abusador sexual en potencia.