En seis meses de pandemia el mundo cambió. La inmensa mayoría de los infectados por COVID-19 sobrevivieron la infección con síntomas leves y muchos sin siquiera darse cuenta, porque fueron asintomáticos. Otros fueron hospitalizados, y una minoría requirió el ingreso a unidades de cuidado intensivo donde sufrieron semanas de aislamiento. Los menos afortunados murieron. Los trabajadores de la salud, verdaderos héroes en esta desigual guerra, han aportado su cuota de vidas entregadas en la defensa de sus pacientes, y además, han sufrido como el resto de los mortales de ansiedad, depresión, insomnio y estrés post traumático.

Si para algo ha servido esta dolorosa experiencia es para convencernos de la necesidad de actuar solidaria y responsablemente, en especial ahora que las autoridades abrieron el país.

Es imperativo entender que hoy hay que cuidarse y cuidar a los demás con más celo, porque el riesgo de infección es ahora más alto y el virus aún no se ha debilitado.

Mientras el Estado sigue intentando suplir las urgencias básicas de los más desamparados, es prudente llamar la atención a las necesidades psicológicas de la población general para las cuales, aún sin pandemia, han existido presupuestos sistemáticamente insuficientes.

Por las razones mencionadas, las consecuencias psicológicas de esta pandemia, que no son pocas, las tendrán que enfrentar con solidaridad y comprensión los parientes de los afectados.

Si bien los más equilibrados emocionalmente están en capacidad de manejar adecuadamente lo que se viene, los más vulnerables, con antecedentes de problemas emocionales pueden reavivar trastornos latentes, entre otros, los depresivos, los neuróticos, los alcohólicos y otros adictos que tendrán un mayor riesgo de descompensarse. Los paranoides se volverán más suspicaces, los obsesivos más angustiados, los asustados más apocalípticos y los conflictivos más insoportables, etcétera.

Todos ellos van a requerir de una generosa comprensión por parte del allegado más estable, de cuya boca deben salir mensajes alentadores que permitan a los más frágiles escuchar que “este no es no es el fin del mundo” y que “la gran mayoría de quienes están atravesando circunstancias difíciles, saldrá adelante”.

Es con la intervención de líderes ecuánimes capaces de llevar mensajes tranquilizadores, que se va a poder combatir el oportunismo de la polarización perversa que tanto daño sigue ocasionando a la sociedad en general y a los más débiles en particular.

El estrés se va aliviar a través de acciones positivas realizadas por personas bien intencionadas que permitan que los más afectados hablen abiertamente de sus emociones, sus miedos, sus frustraciones, la saturación acumulada de meses de disgustos y la incertidumbre de lo que todavía falta. Y que estén en capacidad de recomendar la intervención profesional cuando el caso lo amerite.

Un apoyo emocional sincero demostrará a los más asustados que los miedos son normales y que pueden, incluso, empezar a descubrir los aspectos positivos y los aprendizajes de la crisis.