Asesinos. Sí, los que se atrevieron a poner un carro bomba para destruir la estación de Policía de Potrerito. La escuela que estaba a su lado quedó semidestruida. Se salvaron los niños de milagro, porque no habían llegado, estaban precisamente en la velación de una maestra asesinada días antes. Asesinos los que en Jamundí, por matar a un reconocido narco que se pavoneaba a sus anchas por las calles, mataron a una menor de edad con una bala perdida.
Asesinos los que extorsionan y amenazan a los campesinos de las veredas de Nariño y Cauca, obligándolos a desplazarse y no poder trabajar, porque les matan el alma y sus sueños, desbaratando sus entornos familiares y despojándolos de sus raíces.
Asesinos los que a propósito incendian los cerros de Cali, destruyendo las casas y pertenencias de los más vulnerables, para luego venderles esos terrenos a familias desplazadas, vilmente manipuladas.
Asesinos los que trafican con niños y mujeres. Les arrancan de cuajo la vida, dejándolos marcados con un fierro candente para siempre. Asesinos los que alimentan la polarización y aúpan el resentimiento social, para alimentar estallidos sociales de consecuencias impredecibles, porque existen muchas maneras de matar, no solo son las balas ni las bombas, son los que asesinan con calumnias, los que asesinan robándose los erarios públicos, los que venden drogas que provocan muerte cerebral.
¿Quiénes están detrás de toda esta sangre, estas mutilaciones emocionales, estas extorsiones? Tuve la oportunidad hace varios años de conversar con dos sicarios que ya habían quedado en libertad. No son ellos, los drogan con una mezcla de rohypnol y cocaína para que queden como robots, ellos simplemente cumplen ‘el mandado’. Jóvenes como cualquier joven.
Uno de ellos había perdido todos sus dientes, le pregunté por qué y me contestó indignado: “Yo era el encargado del ‘muñeco’, iba en la parte trasera de la moto con la pistola y el hijueputa se chocó contra un poste y salí volado. Allí me desdenté, además, yo quedé tirado y el de la moto desapareció. No pude hacer el mandado, quedé sin dientes y pagué cárcel, eso es estar muy de malas. Además, nadie me pagó”.
Lo llevé al Ancianato San Miguel, donde hacen cajas de dientes para los ancianos, le conseguí un trabajo. Al comienzo me reportaba cómo le iba, después desapareció. No sé si vendió los dientes por bazuco ni si volvió a trabajar de pandillero. Rezo por él.
El otro era joven, el Cartel de Pereira lo entrenaba primero disparando avisos en la carretera de Pereira a Cartago, luego, ya le tocó ‘muñequear’ un ciclista. “Doctora, el primer muñeco da impresión, luego uno se acostumbra”… “Uno va dopado y con la adrenalina a mil. Pagan bien los patrones”. Su último ‘trabajo’ fue en Nueva a York, después de ‘despacharlos’ los metió en la bodega de un carro, condujo hasta un lugar abandonado, incineró el auto con sus muñecos, buscó un teléfono público, llamó a sus patrones: “Misión cumplida” y regresó a su tierra. Recordaré siempre sus ojos azules y tristes. Quería zafarse de esa vida, no sé si lo logró. También rezo por él.
¿Quiénes son los que están detrás de todo? Los intocables, desde altísimos políticos, militares, congresistas, mafiosos, negociantes de cuello blanco y de alma sucia, fiscales comprados.
Ojalá no esparzamos nuestros virus a las estrellas, las estrellas se mancharían con tanta sangre derramada que no cesa. Dejemos en paz el universo, es lo menos que podemos hacer.
Como dijo Santa Teresa, “¿quién es el culpable ‘el que peca por la paga o el que paga por pecar’?”.
No más sangre. Somos adictos a la sangre. ¿Quién da las órdenes? ¿Quién se atreve de frente a descorrer el telón?