Por: monseñor José Soleibe A., obispo emérito de Caldas (Antioquia)

No sé si el Evangelio es de derecha o de izquierda, solo sé que, con su amor y total rechazo a la violencia, es revolucionario.

Si los amigos de la violencia lo miraran y analizaran, con un corazón de carne y no de piedra, tendrían que aceptar que el Evangelio es tan radical que implica un cambio en las personas que lo aceptan: luchar por el bien y rechazar todo lo malo, amar la vida y odiar la violencia y la muerte; exige cambio en los métodos que enseña para triunfar en la vida; el amor, el servicio, la entrega, la honestidad; y un cambio también en el objetivo que es la gloria de Dios que se manifiesta en el bien común, comenzando por los más necesitados, los pobres, los enfermos, los niños, los débiles.
Estos son principios fundamentes de quienes aceptan luchar por el cambio radical que nos pide el evangelio.

En el Concilio Vaticano II, la Iglesia resumía el programa evangélico diciendo que “el origen, el centro y el fin de las leyes (sociopolíticas y socioeconómicas) debería ser el ser humano”; aquí ya encontramos un problema con el cambio de mentalidad pues la sabiduría de este mundo es insensatez para Dios, por eso el mundo y con él Colombia, viven una situación tan difícil. Tenemos que romper con nuestro egoísmo, amando a los enemigos y orando por los que nos persiguen; tenemos que vivir una lucha personal, la guerra contra el mal que hay en nosotros: el odio, la corrupción, la pereza, la mentira; es escuchar la voz del Señor, invitándonos a ser perfectos.

¿Algún día tendremos la “Paz Total”? ¿En esta vida? ¡No! Esa sería la perfección y esta solo existe en Dios, no en los humanos; pero el mundo sí sería mucho mejor si cumpliéramos nuestra misión de luchar permanentemente por ser cada día mejores, como personas y como cristianos. La paz que podemos lograr está supeditada a que los que seguimos el Evangelio lo vivamos, de verdad, en su primera línea: “amar a Dios y al prójimo, cualquiera que sea”; que seamos capaces de decirle al otro: “Tú y yo pensamos muy, muy distinto, pero no somos contrarios, sino distintos; cuando comprendamos que somos distintos como los dedos de la mano, pero muy unidos para trabajar por el bien común”.