Más que una fórmula, la oración es una actitud y una actividad del espíritu, por eso no es fácil orar. Nuestra tradición creyente nos convenció que orar era algo automático y de inmediata conexión con Dios. La experiencia nos mostró lo contrario; con razón distinguimos entre rezar y orar, repetitivo y generador de sueño lo primero, combate y lucha continua lo segundo.
La oración es acontecer procesual, es decir, en cuanto oramos nos vamos realizando, el que ora es un acogido, el que no ora es un desvalido. Para ilustrar que toda realidad es un acto de oración, Jesús de Nazaret pone un ejemplo con personas concretas: un juez deshonesto e incrédulo (“ni respetaba a Dios ni a la gente”); una viuda (que continuamente le pedía: “Hazme justicia frente a mi adversario”).
El argumento de Jesús se conoce con el nombre técnico ‘a fortiori’, es decir, “con mayor razón”: si un juez deshonesto imparte al final justicia, mucho más Dios, el juez bueno, impartirá justicia. Pero hay una pregunta al final del pasaje evangélico que se proclama hoy en los templos: cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra? La respuesta la tiene cada oyente de esta palabra.
En el lenguaje bíblico, la fe es siempre participación en la estabilidad de Dios, creer en hebreo se dice “he’emin”, de donde viene “amén”, hacerse fuerte sobre Dios que actúa en la historia. La fe es adhesión al poder de Dios y, por eso, en cualquier caso, tiene fuerza sanadora, la fe no se agota en la confianza subjetiva: “Tenga fe”, “póngale fe”, decimos todavía algunos. Se trata más bien de una participación objetiva en la firmeza ordenadora de Dios que consiste en confiar en Él y apartar la mirada de sí mismo. Aunque aparentemente desplazada de todas partes, la fe sigue teniendo lugar y vigencia hoy, siglo XXI.
La fe es fuerza personalizadora, subversiva, radical, trascendente y contracultural, que funda a cada persona dándole suelo vital, es poder que rehabilita al sujeto humano para la experiencia con Dios y para la solidaridad con las víctimas de toda injusticia. Más que la era de la increencia, de la muerte de Dios, del desprecio por la persona o del fin de la historia, vivimos hoy la era de la nueva vivencia de la fe que asume y confronta la superficial cultura light.
En la celebración de la Eucaristía dice el que preside: “Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: -La paz les dejo, mi paz les doy-, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad”. Ciertamente orar no es fácil, pero cada persona que ora es la avanzada de la evolución cósmica.