Por Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez,  arzobispo coadjutor de Cali

“Y les dijo a todos: ¡Cuidado con dejarse llevar de cualquier forma de codicia! Porque la vida no está asegurada con los bienes que uno tenga, por abundantes que sean” (Lucas 12,15).

¡Qué oportunas son estas palabras del evangelio de este domingo! De nuevo el Señor cumple lo que el anciano Simeón dijera de él a su madre, María, que sería signo de contradicción en el mundo y para el mundo. Y es cierto. ¿Qué es lo que propugna por alcanzar la sociedad actual? ¿Cuál es el concepto más común de calidad de vida que se ha querido inculcar en los ciudadanos de nuestros tiempos? Teóricamente se habla de trabajo responsable, pero en la práctica muchos buscan dinero fácil, suntuosidad en los gastos, el mejor celular, la mejor bicicleta, la ropa de marca y de moda, la apariencia.

Me viene a la mente lo que el autor de libro de los Proverbios dice: “Señor, no me des riqueza ni pobreza, tan solo dame el pan necesario: no sea que al estar satisfecho llegue a renegar de ti… o que siendo pobre llegue a robar y deshonre el nombre de mi Dios” (Prov. 30,7-9).
Lo ideal sería poder decir desde el corazón: Señor dame lo necesario para vivir, y si es que me das de más, dame la gracia de ser solidario con los que no tienen nada, pues entiendo que me has traído a este mundo para ser extensión de tu misericordia y amor para con los necesitados.
Hoy, más que nunca, se vuelven urgentes las palabras de San Juan Pablo II, cuando nos invitaba a globalizar la solidaridad. Sí, globalizar no el consumismo que destruye y endurece los corazones, sino la caridad que hace hermanos y que nos previene ante el alarmante avance de la llamada cultura del descarte.

Poner la seguridad de la vida solo en los bienes, es algo que se torna reduccionista de la vida. Es poner en práctica el aforismo: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. Es pensar que la única y perenne felicidad se encuentra solo en el disfrute y acumulación de los bienes y de dinero. Nada nos vamos a llevar al sepulcro.

Este domingo, el Señor eleva de nuevo su clamor en favor de la vida nueva, caracterizada por la solidaridad, que en palabras del papa Francisco debe estar orientada también a consolidar la fraternidad universal, pues todos somos hermanos, todos estamos en la misma barca, todos estamos llamados a experimentar en la tierra las delicias del cielo: paz, alegría, caridad.