Jesús era claro en su mensaje: Dios nos ama, quiere que vivamos felices, pero nos pide un cambio de vida y compromiso con la construcción de un mundo más fraterno, más justo, más humano: quiere una relación mejor entre nosotros, buscando siempre lo mejor para todos.
Hoy la historia se repite: el espíritu que viene de Dios, sigue pasando por nuestros pueblos para hacernos ver que somos seres pensantes y con una ‘brújula moral’ que es nuestra consciencia que nos alaba y nos hace sentir bien por nuestras buenas acciones y felices en nuestras relaciones con los demás, pero culpables cuando hacemos el mal.
Ese hacer el bien, con amor, con justicia, con honestidad, y siempre con la verdad, es entrar ‘por la puerta estrecha’, es tener conciencia y dominio personal para, ayudados con la gracia de Dios, hacer lo que debemos hacer. Y lo contrario: entrar por ‘la puerta ancha’: es vivir con esas frases rutinarias: “Hago lo que me da la gana” o “yo hago lo que me nace”, frases que dan tan mala imagen a quien las dice, al menos ante las personas de bien, las que piensan.
La historia se repite: en el pasado los fariseos querían matar a Cristo, sacarlo de la realidad, para ser ellos las autoridades y seguir haciendo “lo que ellos querían”. Hoy, no sé si hemos matado también nuestra consciencia cristiana o la tenemos durmiendo, pero igual, Dios no entra: si hay un tratado de paz en Colombia nos es partiendo de reconocer la verdad, sino, sobre tanta muerte, males causados, y tanta mentira, lleguemos a un acuerdo básico, no pensando en el bien del otro, sino buscando acomodarnos con nuestros egoísmos y odios vivos, pues nunca hablamos de un verdadero perdón, basado en la verdad y la humildad.
Igual si pasamos a nuestra vida ordinaria: qué difícil entrar por la puerta estrecha: ¡Ser humildes y sinceros para pedir perdón, reconociendo un error! ¡Cuánto bien nos haría! Pero preferimos seguir como vamos. Qué ciertas las palabras de ese hombre maravilloso, Cantinflas: “Ahora estamos mal, pero estamos mejor, porque antes decíamos que estábamos bien, pero era mentira; ahora decimos que estamos mal, ¡pero es verdad!”. Conclusión: si queremos estar bien de verdad en el amor y la justicia, tenemos que aceptar a Dios en nuestras vidas, ¡Él es la respuesta!