La guerra de Ucrania está golpeando al mundo entero. Hasta ahora se trata de efectos económicos que alcanzan todos los rincones de la tierra en forma de escasez de combustibles, carestía de alimentos e incertidumbre, pero sus consecuencias pueden volverse devastadoras comprometiendo incluso la existencia de la especie humana.
Con la llegada del invierno al hemisferio norte el asunto se volverá más dramático. Tendrán frío millones de ciudadanos y la inflación continuada precederá a una recesión económica global. En paralelo los socios europeos se enfrentarán sobre la manera de abordar el tema energético, habrá agitación social creciente y podrían cambiar de manera abrupta los tableros políticos. Por eso crecen las voces que cuestionan el sentido de persistir en una guerra que más parece tiro en el pie.
Ya hay miradas de reparo hacia los Estado Unidos. Muchos consideran que ese país toma las decisiones de acuerdo con sus intereses estratégicos globales, sin considerar que son los europeos quienes padecen las incomodidades y sacrificios; quienes corren con los riesgos físicos incluyendo el de ver sus carnes sobre el asador nuclear.
Entre tanto la desconfianza se torna en reclamo con relación a los partidos verdes. Estos fueron por años socios necesarios para armar coaliciones de gobierno y definir el carácter social demócrata y liberal de la Unión Europea. Ahora crece la idea de que la falta de visión y el radicalismo de esas formaciones puso a depender el continente del gas ruso. Se trata de un punto que la derecha ya explota con buenos resultados en materia electoral.
El chico malo de la película es Rusia. Según los analistas la invasión a Ucrania hace parte de una estrategia autocrática e imperial, la cual se propone eliminar el orden europeo establecido tras la Segunda Guerra Mundial y la caída de la cortina de hierro, para relanzar el proyecto zarista que buscó dominar las naciones vecinas.
El dilema que se presenta es el de propiciar una paz con algo de honor para las partes o encarar la certidumbre de la destrucción colectiva. Rusia ha ido desvelando su incapacidad de salir victoriosa en una guerra convencional, sin embargo tiene muy presente su carácter de potencia nuclear, y es previsible que prefiera recurrir a su poderoso arsenal antes que aceptar la derrota. Sería como la fiera privada de uñas pero capaz de propinar dentelladas devastadoras. Así, paradójicamente, las victorias militares de Ucrania no pueden ser celebradas porque su éxito en el campo de batalla nos acerca al apocalipsis.
En este contexto la propuesta para resolver el conflicto formulada por el dueño de Tesla, Elon Musk, debe sopesarse detenidamente por Estados Unidos y Occidente. Los elementos centrales de su idea son: 1) Repetir bajo la supervisión de la ONU el plebiscito anexionista celebrado por Rusia en días pasados. 2) Reconocer la soberanía rusa sobre Crimea. 3) Declarar la neutralidad de Ucrania.
Uno de los puntos complejos del planteamiento es el de la entrega de Crimea, sin embargo no se puede olvidar que esa región fue parte de Rusia a partir del Siglo XVII, hasta que Kruschev, sin consultar a la población local, la cedió a Ucrania.
Mientras pasan las elecciones de mitaca en Estados Unidos y los contendientes se avienen a buscar una paz negociada, nos esperan días largos y peligrosos.
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