No me voy a referir a los partidos de fútbol, hoy tan analizados y comentados con ardiente pasión y gran audiencia. Es definitivamente más atractivo escribir a cerca de sus desempeños que de los partidos políticos, sin embargo, el tema del cual voy a ocuparme, a pesar de ser más tedioso, tienen un efecto mucho más profundo y duradero sobre nuestras vidas cotidianas y futuras.
Los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, se han desdibujado paulatinamente, cada vez tienen menor influencia y menos seguidores. Perdieron sintonía con los temas de actualidad. Se anquilosaron, le han venido otorgando más importancia a la participación burocrática, hoy mejor descrita como mermelada, que a darle importancia a los postulados de sus ideologías y a atender las urgentes necesidades de un mundo aceleradamente cambiante. Aún subsisten unos cuantos fanáticos, de edad bastante avanzada, que no dan su brazo a torcer, continúan fieles a sus partidos.
Han surgido varios movimientos políticos que no alcanzan a constituirse como partidos, no tienen suficiente trayectoria, su ideología se origina en la opinión de un caudillo. El expresidente, Avaro Uribe, líder indiscutible, generador de pasiones, con fieles seguidores y enconados enemigos, con quién puede uno estar de acuerdo o en desacuerdo, ha constituido dos de dichos movimientos en un corto plazo de la historia política, la U y posteriormente Centro Democrático. El doctor Germán Vargas Lleras, reconocido jefe político creó Cambio Radical, y el actual candidato presidencial, Gustavo Petro, fundó Colombia Humana. La existencia de los Verdes tiene un origen compartido por varios cabecillas, con un nombre ambientalista, los inspira una ideología denominada centro izquierda, imposible de definir. El Polo Democrático tuvo un inicio similar a los Verdes, afín al socialismo.
La influencia ideológica ya no tiene raíces en los partidos, son presa de las opiniones del caudillo, el carácter personal ha adquirido mayor importancia. Los movimientos políticos están sujetos a la opinión de sus máximos cabecillas. Sus miembros representantes tienen que estar midiéndole el pulso a los dictámenes de sus jefes, para no descarrilarse y perder influencia.
En los partidos tradicionales convergían opiniones diversas. Existían, como es de suponer, una gama de tendencias toleradas. Convivían pastranistas y alvaristas, lopistas y lleristas, no obstante, prevalecía el partido. En los movimientos ocurre lo mismo, no todos las opiniones coinciden, la diferencia está en que la autoridad unipersonal es más predominante, se actúa en un ambiente autoritario.
Hoy se vota más por las personas que por los partidos. Las pasiones y la polarización subsisten. Ahora se ataca y defiende a los individuos, ni se mencionan los partidos de donde provienen.
Las democracias exigen que los tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sean independientes. Existen, además, dos requisitos adicionales indispensables para que pueda considerarse una auténtica democracia, la alternancia y la libertad de prensa. Para que la alternancia tenga arraigo, demanda la existencia de partidos fuertes. Lo que ocurrió recientemente en los EE.UU. constituye un buen ejemplo. La actuación del partido Demócrata fue fundamental para detener la ambición del Sr. Trump, de continuar en el poder.