Hace uno años vi un documental titulado Cool it, basado en el primer libro de Bjorn Lomborg, que plantea una aproximación práctica a la posible solución de los efectos que la humanidad ha generado al medio ambiente. Muy distante de los planteamientos tradicionales de los ambientalistas, este profesor de la Universidad de Copenhague traza una mirada general al problema del clima que no se limita a la reducción del CO2 o la temperatura.

Cuando miramos los efectos que tiene reducir nuestras emisiones de carbono o sustituir las energías fósiles por energías alternativas, vemos en muchas ocasiones que los más afectados son las personas con menores ingresos. El porcentaje de ingresos que gasta un hogar rico en energía es muchísimo menor que el de un hogar pobre. Por esta razón son los hogares de mayores ingresos quienes deben y pueden sustituir sin un mayor esfuerzo económico las energías de fuente fósil por otras más amigables con el medio ambiente, aunque estas resulten más costosas.

Esta realidad, que afrontamos todos desde nuestros hogares, es el reflejo de lo que ocurre a nivel mundial. Sabemos que por más cambios que implementemos en pequeña escala, la responsabilidad está en los países y más específicamente en aquellos que generan la mayoría de las emisiones. Solo cuatro países concentran el 56% de las emisiones globales, China 31%, Estados Unidos 14%, India 7% y Rusia 5%. Colombia no llega ni al 0,5% de las emisiones globales. Esto no quiere decir que nos quedemos con los brazos cruzados esperando a que otros actúen, pero sí debemos ser conscientes de hasta dónde pueden impactar nuestras acciones. Debemos prepararnos desde la prevención y realizar una migración responsable hacia energías limpias.

Colombia desde hace años cuenta con una matriz energética diversa, donde la energía producida por fuente hídrica cumple un rol muy importante y ayuda a tener emisiones relativamente bajas de carbono.
Igualmente, los hallazgos de gas han permitido sustituir en muchos hogares la cocción con leña. Además en los últimos años se incentivó de manera activa la construcción de granjas solares y de generación eólica. Todas estas inversiones han generado empleo y han traído inversión en Colombia.

Adicionalmente, durante muchas décadas el país ha construido una industria petrolera, sobre la cual se ha podido sustentar parte del peso del Estado y el desarrollo de programas sociales. Seguro hay mucho por mejorar, pero borrar de un plumazo toda esta construcción con el propósito de reducir nuestra huella de carbono no tiene sentido. Gran parte de nuestra producción se exporta, por lo que son otros los que consumen el petróleo y amplían su huella de carbono. Estos grandes países si no nos compran el petróleo a nosotros lo harían a otro país productor teniendo un efecto neutro en cuanto a calentamiento global se refiere.

En un país como Colombia, lo que sí puede generar una política encaminada a reducir al máximo las industrias extractivas es mucha pobreza y una posible quiebra de muchos sectores. No solo el minero e imposibilitando un desarrollo sostenible de país.

Al final terminaremos con un país más pobre, más desigual y el efecto en el clima mundial y la reducción de emisiones de carbono será cercano a cero. Una política bien intencionada, pero muy ineficiente. Por esto considero que una mirada más equilibrada y una migración en la política energética más pausada podría ser efectiva y lograr mayores impactos.
Debemos ser razonables a la hora plantear políticas ambientales teniendo en cuenta nuestro tamaño.