El ataque con armas químicas en la localidad siria de Khan Sheikhounel el pasado 4 de abril, y el bombardeo en retaliación ordenado por Donald Trump 48 horas después, han devuelto la guerra en Siria al centro de la política internacional.

Seis años después del inicio de este conflicto, que ha dejado por lo menos 450.000 víctimas, el mundo presencia un embrollo diplomático en el cual las dos potencias más influyentes, EE. UU. y Rusia, lanzan mensajes ambiguos sobre el futuro. Aunque el bombardeo puede suponer un punto de inflexión, ni en Washington ni en Moscú se presenta un nuevo plan y por eso no hay certeza sobre un cambio de política en el largo plazo.

Lea aquí: 'La 'Gran bomba' lanzada por EE.UU. deja 36 muertos, al parecer del Estado Islámico'.

Desde que llegó al poder el 20 de enero, Trump ha ratificado su intención de destruir al Estado Islámico (EI), por lo cual ordenó acelerar esfuerzos militares en contra de este grupo terrorista que controla vastas zonas de Siria e Iraq.

Antes del ataque del 4 de abril -que EE. UU. le atribuye al gobierno de Bashar Al Assad- funcionarios de la Casa Blanca habían sugerido que el futuro del líder sirio depende del pueblo y no de una intervención internacional, en contraste con la posición del expresidente Barack Obama, para quien la transición de poder en Damasco requería la salida urgente de Assad.

Trump, quien durante su campaña presidencial prometió una agenda no intervencionista y todavía evita pronunciarse sobre el destino de Assad, enfocó sus primeras directivas militares en operaciones contra el terrorismo y no en asuntos externos. Sin embargo, como el mismo Mandatario reconoció en una entrevista, las “horribles” imágenes de niños muertos en Khan Sheikhounel, zona controlada por rebeldes, cambió su posición hacia Siria, Assad e incluso Rusia.

Por eso, la decisión de lanzar 59 misiles ‘tomahawk’ contra la base aérea de Shayrat, en la provincia de Homs, sacudió el ajedrez geopolítico y generó una tensión mundial que pende de un hilo: ‘La volátil diplomacia del señor Trump’, como titula un editorial en The New York Times.

En su momento, el expresidente Obama había explicado que la dificultad no era bombardear Siria, sino lidiar con las consecuencias para un conflicto tan sangriento como complejo, y en el cual participan diversos actores con su propia agenda.

Incertidumbre

Para Andrew Selee, analista del centro de pensamiento Woodrow Wilson, en Washington, “parece ser que al atacar Siria, EE. UU. pone presión en Rusia para ayudar con un acuerdo que incluya la salida de Assad”. Sin embargo, “no sabemos qué están pensando en cuanto a una estrategia para el largo plazo. Da la impresión de que están inventando sobre la marcha”.

Desde marzo del 2011, cuando se desataron protestas antigubernamentales lideradas por jóvenes que reclamaban cambios a todo nivel en Siria, estalló una guerra compleja.

El gobierno de Assad, respaldado por Rusia, se defiende de una oposición armada compuesta por grupos rebeldes. Al mismo tiempo, el Estado Islámico aprovechó el caos para estirar su control sobre territorios que venía ganando desde el vecino Iraq, mientras facciones de Al Qaeda decidieron incursionar con la misma idea.

La última acción de fuerza de Trump se registró el jueves, cuando bombardeó la provincia oriental afgana de Nangarhar con la ‘madre de todas las bombas’.

También están grupos kurdos en el norte sirio, que cuentan con el apoyo de Washington y quieren control territorial, y las notables intervenciones que llegan desde países como Irán y Turquía, cada cual con su propio interés.

En este hervidero, EE. UU. ha provisto material no letal a grupos rebeldes, mientras Rusia defiende planes estratégicos de vieja data. Desde los años 70 Moscú tiene acceso militar al puerto de Tartús, desde donde se facilitan operaciones en el Mediterráneo. Esta presencia se intensificó en los últimos años, para tener mayor influencia en Medio Oriente y atacar a grupos terroristas que puedan aliarse con enemigos rusos.

Además: 'Trump ofreció "buen acuerdo" comercial a China si ayuda con Corea del Norte'.

Según un reporte del Servicio de Investigación del Congreso en Washington, en el 2015 Rusia comenzó un escalamiento gradual de personal, apoyo aéreo y equipo militar dentro de Siria, y desde septiembre de ese año bombardea grupos opositores de Assad, incluyendo aquellos que tienen la bendición de Estados Unidos.

Por eso, cuando el secretario de Estado, Rex Tillerson, se reunió con el presidente ruso, Vladimir Putin, y su homólogo Sergei Lavrov, las preguntas de los periodistas en Moscú se concentraron en Assad y cualquier señal de cambio respecto a las posiciones de ambos gobiernos en los últimos años.

Para los rusos, que sobre el terreno pelean mano a mano con los militares sirios, el ataque de Trump es una peligrosa provocación. Pero, al mismo tiempo, su respuesta fue templada y sin tocar tambores de guerra.

Mientras Tillerson reconoció que las relaciones con Rusia “están en un punto bajo”, Lavrov dijo que “ambos gobiernos apoyan una investigación sobre lo que pasó en Siria”, distanciándose de cualquier acusación contra Assad.

Lea aquí: '"Dos potencias como EE.UU. y Rusia no pueden tener tan mala relación": Tillerson'.

“Los rusos todavía le están tomando la medida a Trump. Están dispuestos a negociar pero no a ceder posiciones. El discurso de ambas partes era que habían decidido puntos que había que tocar, pero sin llegar a un acuerdo”, explica el analista Selee.

Un problema adicional es la inestabilidad en la opinión pública por cuenta de la falta de coordinación en la actual diplomacia estadounidense. Mientras Obama aplicó un modelo de mando vertical, en el cual todos su funcionarios se adherían a sus decisiones, con Trump cada minuto puede traer una historia distinta.

Tras el lanzamiento por EE. UU. de ‘la madre de todas las bombas’, los medios rusos recordaron que Moscú guarda al ‘padre’, un proyectil cuatro veces más potente: la bomba aérea de vacío de potencia aumentada.

Su embajadora en Naciones Unidas, Nikki Haley, anticipó acciones unilaterales contra Siria y pidió la salida de Assad; el secretario de Estado Rex Tillerson fue prudente e incluso llegó a sugerir que había una realidad política que no iba a cambiar en Siria.

El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, recurrió a una vergonzosa explicación histórica al decir que Adolf Hitler no utilizó armas químicas en contra de su gente, como sí lo hace Assad, ignorando el holocausto judío.

A pesar de esto, la decisión de Trump de bombardear en Siria parece darle un respiro después de dos meses de gobierno inundados de escándalos y fracasos legislativos.

Una encuesta publicada por la alianza Morning Consult-Politico asegura que el 57 % de los estadounidenses “tiene confianza” en que Trump podrá terminar con la guerra civil en Siria. El mismo porcentaje apoya la idea de aplicar bombardeos y ataques cibernéticos en contra del régimen de ese país, mientras aumentó el número de personas que considera que la potencia mundial es liderada en la dirección correcta: del 41 % al 47 %.

Entre tanto, el diario The Wall Street Journal consideró que la teoría popular de que Trump es prisionero de Putin está perdiendo credibilidad. “La última evidencia llegó el martes, cuando la Casa Blanca acusó a Rusia de ayudar a encubrir el ataque con armas químicas de Bashar Al Assad en Siria, y Trump invitó formalmente a Montenegro a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte)”.

Corea del Norte

El diario neoyorquino presentó esta semana una entrevista con Trump, en la cual el mandatario dio detalles sobre otro delicado frente de confrontación: Corea del Norte.

Según el relato, durante su reciente encuentro con el presidente de China, Xi Jinping, en la Florida, Trump le ofreció “condiciones favorables” para un tratado comercial, así como retirarlo de la lista negra de manipuladores de moneda con fines económicos que EE.UU. publicará en los próximos días.

Esto a cambio de ejercer presión sobre Pyongyang para que detenga sus programas nucleares, una utopía para los líderes de Occidente, debido a los comportamientos cada vez más bélicos del líder norcoreano Kim Jong-un.

Lea aquí: '"Estamos enviando una armada muy poderosa" a Corea del Norte: Trump'.

Según un estudio del centro de pensamiento Council on Foreign Relations, China provee a Corea del Norte con alrededor del 70 % de su volumen comercial, en especial alimentos y combustible, al que no puede acceder en mercados internacionales por las sanciones en su contra. Tal respaldo viene desde la guerra coreana (1950-1953), cuando China envió sus tropas para defender a los aliados del norte, y se ha renovado a través de los años con la defensa de la familia de dictadores Kim Il-sung, Kim Jong-il, y Kim Jong-un desde el 2011.

Además, para China es importante evitar un colapso norcoreano porque esto desencadenaría una ola de refugiados a través de su frontera de 1400 kilómetros.

Pero aun así esa relación se ha deteriorado en la última década. En el año 2006 China votó a favor de una resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para imponer sanciones a Corea del Norte.

Pyongyang, lejos de atender llamados a la cordura, prefirió someterse a una gradual degradación en el apoyo de su máximo benefactor, y por eso aplicó nuevos testeos nucleares en retaliación. Más recientemente, trascendió que China suspendió desde el pasado 19 de febrero las importaciones de carbón de Corea del Norte en atención a una de las sanciones de Naciones Unidas.

Trump, que envió un grupo de portaaviones a la Península Coreana, combina la diplomacia con la amenaza, algo que no sorprendería a la comunidad internacional si no fuera por la intempestiva decisión de bombardear en Siria como respuesta al uso de armas químicas que se le atribuye a las fuerzas de Assad.

El Presidente de Estados Unidos, aunque no tiene experiencia diplomática, demostró que no solo tiene su cuenta en Twitter, sino la disposición de recurrir al uso de la fuerza.

Desafío

Corea del Norte enseñó el sábado su arsenal de misiles en un desfile con el que celebró su mayor fiesta nacional y lanzó el mensaje a EE. UU. de que está preparado para la guerra.

Con la presencia del líder, Kim Jong-un, el régimen de Pyongyang hizo una monumental exhibición de armamento en el 105 aniversario del fundador del país Kim Il-sung y en medio de la preocupación internacional por la elevada tensión en la región.

Aunque el líder de 33 años no tomó la palabra, el número dos del régimen, Choe Ryong-hae, se encargó de mandar un mensaje claro y contundente a Trump.

“Estamos completamente preparados para afrontar cualquier tipo de guerra con nuestras armas nucleares si EE. UU. ataca la península de Corea", dijo.