La aviación permitió que el conflicto contra las Farc, que hace quince años se estaba perdiendo, diera un giro a favor de las Fuerzas Armadas.

Domingo, 1 de noviembre de 1998. El teniente Lozano* es llamado de urgencia a su base militar.  Algo grave a ocurre. Llegan casi todos los pilotos de la base de la Fuerza Aérea de Villavicencio. Los que descansan y los que están disponibles. La flotilla de helicópteros parte con rumbo desconocido. Vuelan al oriente por varias horas. Está a punto de oscurecer y muchos de ellos no tienen visores nocturnos. La orden es seguir hasta llegar a unas coordenadas de una base aérea en Brasil, cerca a la frontera. “En esa época teníamos un equipo de navegación Doppler, que no era tan preciso como los sistemas de ahora y se tenía que actualizar manualmente. No muchos helicópteros podían volar de noche, no teníamos radar metereológico...”, relata. La orden es avanzar hasta llegar a las coordenadas. Nadie sabe qué pasa. Atraviesan una tormenta eléctrica. No pueden devolverse, solo seguir en esos pájaros de acero y lata que desafían la gravedad. Y vuelan  hasta que aterrizan en suelo brasileño. Reunión de emergencia. Planear al siguiente día lo que luego se conocería como la retoma a Mitú. Las Farc por 72 horas se tomaron la capital del Vaupés. En tres días se apoderaron de una ciudad de 15.000 habitantes. 120 policías se enfrentaron  contra 1500 guerrilleros, divididos en anillos de seguridad. Y mientras el entonces coronel Luis Herlindo Mendieta le daba fuerzas a sus hombres y esperaba el apoyo, el teniente Lozano volaba casi a ciegas, en una noche sin luna, para llegar a un punto desconocido.Solo tres días después, los helicópteros y las  aeronaves que en ese momento tenía el Ejército pudieron retomar el control. Aviones Hércules sobrevolaban descargando soldados, mientras los helicópteros artillados abrían fuego contra la manigua. Y esta vez, no era una escena de la serie Misión del Deber, con la que Lozano soñaba  en su adolescencia. Los helicópteros alineados disparando contra la manigua no estaban en Vietnam. Era la selva del Vaupés. El teniente vivía uno de los momentos más álgidos de la guerra en Colombia. Los guerrilleros dejaron una ciudad  destruida, con  20 uniformados muertos y 81 secuestrados, entre ellos el ahora general Mendieta, quien permaneció once años y siete meses en cautiverio.  Ese 1998, las Farc habían realizado las tomas de  El Billar y Curillo, Caquetá;  Miraflores, Guaviare. Y Mitú fue, quizás, el golpe más fuerte, que mostró la capacidad de este grupo subversivo. El entonces teniente recuerda que ese día “cuando hablé con los soldados que combatían en tierra caí en cuenta que muchas veces desde el aire me sentía poderoso y al escuchar sus relatos de cómo los guerrilleros salían como hormigas a atacarlos entendí que las Farc prácticamente tenían el control de zonas enteras del sur y oriente del país.  Estaban en una guerra de movimientos y eso demostraba su poder”. ***** En 1999 el teniente coronel Jesús María Rico era subteniente de las fuerzas especiales. “Veíamos esas tomas y nos sentíamos impotentes, nos preguntábamos cómo llegar. Nuestros helicópteros no volaban de noche, o sea que no teníamos disponibilidad las 24 horas. Si a las 5:00 p.m. un soldado era herido o lo picaba una culebra, era hombre muerto porque la evacuación  demoraba  hasta doce horas”, dice. En ese tiempo, las fuerzas especiales pertenecían a la Fuerza de Despliegue Rápido, Fudra, liderada por el reconocido general Carlos Alberto Fracica. Ese mismo grupo participó en la retoma a Mitú. Los hombres liderados por el general Fracica descendieron desde cuatro aviones Hércules para enfrentar a las Farc. El teniente Rico no participó en esa operación, pero sí tuvo que apoyar muchas veces a las tropas en los constantes ataques a la vía al Llano. “Llegaba uno caminando, con el peligro de las minas y los francotiradores. En ocasiones, teníamos el apoyo de helicópteros de la Fuerza Aérea, yo iba como pasajero”, recuerda.  Entre las operaciones en las que participó el teniente Rico estuvo la captura del capo brasilero Fernandiño Beira-Mar en las selvas del Guaviare. Por su buen desempeño lo premiaron y lo enviaron, a finales del 2001, al Fuerte Rucker, en Alabama, Estados Unidos, para ser entrenando como piloto de helicóptero Huey II. Fue el tercer curso de militares colombianos, que en el marco del Plan Colombia, recibían entrenamientos como pilotos de guerra.  El Ejército, con el apoyo de Estados Unidos, fortaleció su aviación y creó la división de asalto aéreo. Rico ya lleva trece años como piloto. Ahora, como teniente coronel es el comandante del Batallón de Aviación No. 3, que le presta su apoyo a la Tercera División, en Valle, Cauca y Nariño. A este grupo llegó hace pocos meses, pero ya había estado aquí como jefe de operaciones, entre el 2010 al  2011. Él fue uno de los pilotos que el 4 de noviembre del 2011 participó en la operación Odiseo. 18 helicópteros partieron esa mañana desde las bases militares de Popayán y Palmira.  A las 4:00 a.m. fue citado  en el comando de la Tercera División en Popayán. Desde cinco días antes les habían informado a los pilotos que debían estar listos. Analizaron qué enemigo se encontraba en la zona, cuántos hombres y los puntos estratégicos para abrir fuego, pero nunca les revelaron quién era el objetivo. Los pilotos de los helicópteros ni los de las aeronaves que realizan los bombardeos saben quién es el blanco.  “Es una información que solo se maneja a un alto nivel”, explica el teniente coronel.  Esa mañana el tiempo los retrasó y solo hasta las 7:00 a.m. partieron rumbo a  la vereda El Chirriadero, en Buenos Aires, Cauca. Fueron recibios con fuego. Su misión, que era apoyar el desembarco de las tropas, duró dos horas y media. Su helicóptero era de apoyo de fuego. Tres mil disparos por minuto para repeler a los guerrilleros de los anillos de seguridad que custodiaban el objetivo. A las 9:30 ya estaba de regreso en la base. Su helicóptero había sido impactado en el motor, pero no afectó “ningún sistema sensible”. Solo al pisar tierra supo que la operación que él y varios de sus hombres realizaron era contra el máximo jefe de las Farc, ‘Alfonso Cano’. *****21 de enero de 2012. El mayor Lozano es ahora  el comandante del Grupo de Combate de la Fuerza Aérea, en la base Marco Fidel Suárez. Su área va desde Nariño hasta el Valle.  Ese viernes, hacia las 4:00 p.m. recibió una llamada del enlace de la Policía en la base, que le informaba que un francotirador asesinó al comandante de la base del Cerro Santa Ana, donde 17 uniformados custodian los equipos de aeronavegación del suroccidente. Con ese dato, el oficial empezó las coordinaciones con la Policía Cauca, esperando la confirmación de lo que ocurría en el cerro. Aún no se confirmaba el ataque porque no se tenía comunicación con los policías. El enlace consiguió el número de uno de los uniformados que custodiaban el cerro y lograron hablar con él, quien les corroboró que se trataba de un ataque. Inmediatamente, el avión fantasma salió para el lugar, seguido de helicópteros. “Ese día me puse en los zapatos de mi generales Garzón y Ramírez (quienes coordinaron la operación de la Fuerza Aérea en Mitú cuando eran mayores) y entendí lo duro que fue para ellos liderar en esas condiciones un operativo de esas dimensiones. En Mitú era disparar con una mira que se sincronizaba casi manualmente, ahora todo es computarizado con sistemas que calculan viento, velocidad, humedad del ambiente... Yo tenía todo a mi disposición, armas, tecnología. La guerrilla en esta ocasión  nos subestimó, ya nuestra capacidad era otra. Llegamos esa misma noche y al otro día, a las 11:00 a.m., el Ejército ya había recuperado la base”. Lea también: 15 años de un ambicioso plan que le dio vuelta a la guerra en Colombia.