Hablar del barrio Obrero es hablar del origen urbano moderno de Cali. Antes de convertirse en un referente cultural contemporáneo, el barrio fue un proyecto de ciudad. Su gestación está ligada al momento en que Cali, tras ser declarada capital del Valle del Cauca en 1910, inició un proceso de reorganización administrativa y expansión urbana que transformó su estructura social y territorial.

El Barrio Obrero impulsó espacios de encuentro comunitario donde coincidieron la vida cotidiana y las expresiones culturales que dieron construyeron la identidad del sector. | Foto: El País

Entre 1916 y 1917, el Concejo Municipal proyectó la construcción de un barrio destinado a trabajadores, registrado oficialmente como Barrio Sucre. Esta iniciativa respondía a la necesidad de albergar a una población dedicada a oficios artesanales y urbanos en una ciudad que comenzaba a consolidarse como nodo económico regional. Zapateros, peleteros, marroquineros y maestros de obra hicieron de este sector un espacio donde trabajo y vida cotidiana se entrelazaban.

La importancia del barrio Obrero radica, en primer lugar, en su condición de memoria urbana. Como explica el historiador Guido Germán Agudelo Vera, los barrios del centro constituyen el ‘ombligo’ de la ciudad: allí se concentran los primeros procesos de institucionalización, los servicios públicos iniciales y las formas tempranas de convivencia urbana. En 1910, Cali era una iglesia y siete manzanas a su alrededor; el barrio Obrero surge precisamente en ese núcleo expandido donde se configuró la ciudad moderna.

Sin embargo, el desarrollo urbano de Cali no fue homogéneo ni equilibrado. A lo largo del siglo XX, la ciudad creció hacia el sur y el norte, mientras los barrios centrales quedaron progresivamente relegados. La falta de políticas públicas sostenidas para el centro produjo deterioro físico, estigmatización social y pérdida de protagonismo urbano. El barrio Obrero, pese a su valor histórico, no escapó a ese proceso.

En ese contexto de abandono institucional se consolidaron dinámicas propias de resistencia y adaptación. El barrio mantuvo su carácter popular, comercial y residencial, y se convirtió en un espacio de encuentro para diversas expresiones culturales. No obstante, estas transformaciones no deben confundirse con un origen cultural planificado. La historia del barrio no nace de la música ni de la fiesta, sino del trabajo y de la vida obrera urbana.

El Barrio-Obrero se convirtió en escenario para el encuentro, la rumba y la festividad de la salsa como movimiento cultural. | Foto: El País

La llegada de la salsa a Cali, a comienzos de la década de 1970, se produjo por vías externas al barrio Obrero, principalmente a través del puerto de Buenaventura y la circulación de acetatos. La identificación posterior del barrio con la salsa responde a procesos culturales más recientes, ligados a la apropiación del espacio por melómanos, coleccionistas y gestores culturales, y no a una condición fundacional del sector.

Esta distinción resulta clave para comprender los debates actuales sobre patrimonio. Convertir al barrio Obrero en un símbolo exclusivo de la salsa implica el riesgo de simplificar su historia y desplazar otras memorias que también lo constituyen. Como advierte Agudelo, la memoria musical puede enriquecer el relato urbano, pero no reemplazarlo.

Las dinámicas comunitarias articulan pasado y presente, integrando a vecinos, comerciantes y gestores culturales. | Foto: El País

En años recientes, el barrio ha sido objeto de intervenciones institucionales orientadas a la recuperación del centro y a la implementación de recorridos patrimoniales vinculados al complejo musical-dancístico de la salsa. Estas iniciativas buscan cualificar el espacio público, fortalecer procesos culturales y dinamizar la economía local.

Hoy, la comunidad del Barrio Obrero participa en procesos de recuperación de la memoria histórica y cultural. | Foto: El País

El desafío para Cali es asumir el barrio Obrero como lo que ha sido desde su origen: un territorio fundamental para entender la ciudad, sus desigualdades, sus procesos de modernización y sus disputas por la memoria. Solo desde esa comprensión es posible pensar una recuperación que fortalezca la identidad urbana sin borrar las huellas del pasado.