Decía Nicolás Gómez Dávila en unos de sus Escolios a un Texto Implícito que «la cultura es básicamente el código de los buenos modales», aclarando que están equivocados quienes reducían estas maneras y refinamientos a un comportamiento propio de aristócratas —o en su defecto, de esnobs—, en el fondo, estas son expresiones de cortesía, finura y dignidad, «indicios de civilización».
Durante siglos los manuales para el buen comportamiento, dedicados a las señoritas y los caballeros, y los defenestrados compendios de urbanidad, fueron un género literario muy leído, en parte, porque el buen trato y desenvolvimiento en sociedad, sobre todo en las monarquías europeas con sus cortesanos, era un paso ineludible para conseguir favores y el éxito personal.
Libros como El Cortesano de Baltasar de Castiglione y Las Cartas a su hijo de Lord Chesterfield no fueron solo normas de conducta, hoy se leen como verdaderos breviarios de caballerosidad y sentido común.
Aun después de la Revolución Francesa, las mal llamadas maneras aristocráticas continuaron practicándose entre las familias de más abolengo y fueron adoptadas por la burguesía, un buen ejemplo son los Crawley, nobles venidos a menos que se esfuerzan como nadie por mantener su tradición, en la popular serie inglesa Downton Abbey.
Desde luego, muchas de estas costumbres fueron utilizadas para mantener desigualdades sociales y roles —en su mayoría femeninos— muy ajustados a la moral conservadora y el patriarcado.
Pero no todo en el manual de urbanidad es ridículo, algunas recomendaciones solo buscan crear condiciones de cordialidad para relacionarse con otros, algo que parece innecesario en la actualidad, pero que después de dar un vistazo a las redes sociales resulta básico y —me atrevería a decir— urgente.
En este sentido, libros como Qué diría Carmiña, una guía para recibir con estilo, de Carmiña Villegas, tienen un moderado heroísmo, en cuanto defienden una causa perdida y anacrónica —pero jamás carente de valor—, como es la causa de educar el buen gusto en tiempos cuando ser vulgar es una obligación no declarada para la fama.
Carmiña Villegas es una reconocida empresaria, sus tiendas de vajillas, cristalerías y un sinfín de objetos y adornos seleccionados para las casas, recuerdan un poco a las antiguas tiendas de ultramarinos, con sus pianos traídos, alfombras, lámparas y joyas traídas de Europa en barcos, piezas únicas siempre seleccionadas por un curador de gusto indiscutible.
Tiene seis tiendas en Bogotá, Cali, Medellín, Valledupar, Barranquilla y Montería, donde acude con frecuencia para recibir a sus clientes, quienes no solo preguntan por temas de decoración, de hecho, nada hay más solicitado que sus consejos para organizar una fiesta o recepción, la forma en que deben servir la comida, los cubiertos y platos necesarios de acuerdo con el banquete. Y tampoco faltan las sugerencias delicadas sobre los modales y el buen comportamiento, en mayor medida para los anfitriones.
Fue durante la pandemia que Carmiña Villegas —motivada por sus empleados— decidió comenzar a compartir sus consejos y comentarios sobre estilo en TikTok, Instagram y otras redes sociales. Lecciones básicas como que nadie debería llevarse los centros de mesa cuando acaba una fiesta —a menos que los anfitriones se los regalen—, o que es inadecuado sonarse la nariz en la mesa, y otros más excéntricos sobre cómo comerse con elegancia un tamal tolimense, que en poco tiempo se ganaron la simpatía de los usuarios, acumulando millones de vistas y más de 600 mil seguidores.
Su popularidad —y autoridad para el buen gusto— llegó incluso a la televisión, siendo una invitada frecuenta para programas de moda y gastronomías como MasterChef Celebrity, o participando en programas humor ácido como La Tele Letal de Santiago Moure y Martín de Francisco.
Ahora con Qué diría Carmiña, una guía para recibir con estilo, la que podría llamarse dama del buen gusto colombiano, comparte sus secretos sobre etiqueta en la mesa y el arte de ser anfitrión, dos áreas sociales donde las personas pueden expresar quiénes son, sus aspiraciones y sensibilidad artística, y hasta la estima que tienen por sus invitados.
En una bodega de su tienda en Medellín, donde tienen el silencio necesario para concentrarse, la preceptora del refinamiento responde a mis preguntas.
—¿Cómo se enamoró de las costumbres de etiqueta en la mesa y todo lo relacionado con ser anfitrión?
Siempre tuve un gusto por lo estético, por ver las cosas lindas y diferentes, bien organizadas en un espacio. Y recuerdo que reconocí por primera vez esa felicidad cuando era preadolescente en mi casa. Había llegado una amiga de mi mamá, que empezó a trabajar con un diseñador de interiores muy famoso, se llama William Piedrahíta.
Y ella le dijo a mi mamá: «Venga, quiero compartir lo que aprendí, déjeme ayudarle a decorar su casa». Hizo unos cambios básicos y sencillos que dieron otra impresión muy agradable, yo lo veía y me sentía orgullosa de tener una casa diferente a la de todos los demás.
—¿Cómo podría definirse su trabajo como consejera del buen gusto?
Para empezar yo no soy decoradora, tampoco soy diseñadora, yo no diseño nada, y no creo nada. En algunos casos sí diseño un poco, pero ante todo mi trabajo es de selección. Es que para uno poder seleccionar cosas de buen gusto hace falta tenerlo antes y haberlo cultivado apreciando las cosas bellas, así de sencillo. Entonces esto lo podríamos llamar hacer una curaduría impecable de los objetos que llevo a mis tiendas.
—Hay muchas definiciones, pero para usted ¿qué es el buen gusto?
Yo no creo que el buen gusto genere controversias, cuando algo es bonito se vuelve un integrador de las personas, acerca, porque las personas siempre disfrutan del buen gusto, tengan o no tengan el dinero para adquirir estas cosas.
Lo que pasa es que el buen gusto y el mal gusto son subjetivos. Lo que para unos es bueno, para otros no. Es algo netamente cultural. Por eso lo que gusta en Colombia no es lo mismo que gusta en Estados Unidos, ni lo mismo que gusta en Europa.
Es un tema muy condicionado culturalmente y definido por la mayoría de personas de una población. En este sentido, el mal gusto es simplemente lo que se sale de esos criterios, solo porque no reúne los requisitos para ser bonito aceptados por esa cultura.
Por ejemplo, uno no podría creer que en la costa los manteles no pueden ser coloridos. Yo no me lo imaginaba. Yo pensaba allí todo lo que fuera supercolorido encantaba. Pues resulta que no. En la costa, a la gente le gustan las cosas color pastel. Usted no ve una persona costeña vestida muy muy floreada y muy vistosa. Eso es más del interior. Es un tema, tal vez por el calor, por la luminosidad, qué sé yo, pero por lo menos en el tema de la mesa, sí le puedo decir que a los costeños no les gustan los manteles coloridos.
—Cuando la normalidad en redes sociales son los insultos y la obscenidad, lo que de algún modo se proyecta también en la cotidianidad, pasando por la realeza y los presidentes, ¿qué importancia tiene enseñar buenos modales y normas de etiqueta?
Yo soy otra generación, no tengo ningún talento para lo digital. Quizá por eso mi propuesta rompió las convenciones, porque mi forma de comunicar no busca influir en nadie, no estoy vendiendo nada. Lo único que hago es mostrar los buenos modales y enseñarle a la gente por qué son indispensables para ellos, para su vida cotidiana y laboral, es que nadie puede llegar lejos con malas maneras, o si lo hace será a costa de mucho trabajo y problemas.
Pero más allá de esto, tampoco es que yo sea una persona que esté defendiendo una causa, solo invito a que la gente retome estos comportamientos necesarios, algo de lo que ya nadie habla, que ya no se enseña en los colegios, y que los papás no saben cómo enseñarlo.
Y usted no se imagina la cantidad de gente joven que me sigue, y sus comentarios son muy educados, a veces en TikTok son un poco como más ácidos, pero nunca agresivos. Hasta ahora solo hubo una vez, recientemente, que alguien me insultó, habló en términos de HP. Y lo curioso fue la que la gente salió a defenderme.
Como yo no estoy buscando ningún extremismo con esto, ni me quiero destacar o ser influencer de nada. A mí me interesa es que la gente se vuelva educada. Cada vez tengo más gente y hasta en la calle me dan las gracias, me paran para hacerme preguntas.
—Hay quienes consideran obsoleto todo este refinamiento...
Se puede interpretar que como esnobismo, como si yo fuera una representante de la oligarquía. Esto se presta para un manejo de tipo social y que la gente encuentre diferencias sociales, lo que viene a generar resentimiento.
Pero lo que yo hago es decirle a la gente que en la medida en que usted sepa comportarse, eso lo va a ayudar, especialmente porque no hay nada más desagradable compartir la mesa con alguien que no se sabe comportar. La gente tiene que pensar que vivimos en una sociedad y para convivir existen unas normas, unos códigos y hay que respetarlos, así suenen inútiles.
A mí no me interesa enseñar el protocolo para visitar embajadores o el protocolo de las fuerzas militares, solo quiero que la gente sea consciente de cómo actúa antes los demás para que no los incomoden y no incomodar.
Cosas sencillas como no hacer ruido cuando está comiendo, no hablar con la boca llena, y si me lo piden podemos refinarnos más, incluso hablo de cómo comerse un buñuelo o un tamal, porque lo típico tiene sus formas.
—En este momento me encuentro en Cali, ¿qué recomendaciones me daría para comer pandebono con café?
Lo único que yo digo acerca de eso es que no debería remojarse el pandebono dentro del café y que no se lo coma dándole mordisco, sino trozándolo lo con la mano derecha. Ya partido en pedacitos pequeños comérselo, pero no meterle el mordisco.
—¿Y en qué momento del día es mejor comérselo?
No doy ningún concepto en ese sentido, porque eso es cultural. Para mí a cualquier hora me parece delicioso el pandebono. Se puede servir al desayuno, a la media a la media mañana, en la tarde, tiene muchos momentos.
—¿Y qué combinación es mejor con café o con gaseosa?
En Bogotá también comen el pan con gaseosa. Todo depende del clima y el trabajo que la gente haga, creo yo. Además, no todo el mundo toma café.