Hay tres niveles de conocimiento: están los técnicos, que conocen en detalle sus áreas: médicos, plomeros, abogados, artesanos, proxenetas, abogados, funcionarios, campesinos…

Están los investigadores, los que producen conocimiento. Su definición corta es ‘técnicos de alto nivel’.

Los sabios (filósofos, sociólogos, politólogos, psicólogos o sacerdotes) tienen una visión panorámica del mundo y de la historia; sugieren el norte de las políticas públicas o de la vida privada de las personas, hacen balances de una época, de una tendencia social o de un modelo económico a lo largo de las décadas.

De tender puentes entre los investigadores y el hombre de la calle, se ocupan los comunicadores y los autores de divulgación (el sabio no necesita intérpretes: habla en cristiano).

Los divulgadores son un gremio serio. No hay problema con ellos. El problema son los comunicadores… ¡y los miles de millones de personas que se volvieron comunicadores (influencers, youtubers o simples ‘posteadores’ y ‘trinadores’) por cuenta del fenómeno de las redes sociales!

Soluciones (o al menos tranquilizantes). Para controlar la calidad de la información y la seguridad de las personas en las redes, sus gurúes nos prometen unos algoritmos morales que nos defenderán de las noticias falsas, de los pedófilos que acechan en la Red y del acoso de la publicidad. Amanecerá y veremos.

Los medios tradicionales (prensa, radio, televisión) fueron sesgados siempre, desde sus inicios, cuando eran empresas políticas familiares, y lo son mucho más ahora, cuando pertenecen a poderosos conglomerados. Sin embargo, la necesidad de mantener el rating y el decoro, que en periodismo se llama equilibrio, y las exigencias de los usuarios, son presiones eficaces para que los medios ventilen información que preferirían ocultar.

Otras soluciones a la desinformación apuntan a la creación de medios independientes, sostenidos por fundaciones robustas, como The Guardian o las del Grupo Bartelsman (propietario de Penguin Random House) o Wikitribune, el portal de noticias de Wikipedia, escrito y sostenido por los usuarios, que ya circula en inglés y desde octubre lo hará en español.

Vivimos en la era del conocimiento, que supone profundidad, pero la tendencia es el surfing, la superficialidad. Vivimos en la era de la informática pero estamos bajo la amenaza de la desinformación. Los comerciantes, la publicidad y los políticos son propagadores insomnes de información falsa. Y ciudadanos mal informados producen, claro, democracias raquíticas, como la nuestra. Tenemos derecho a exigirles a los medios, a las redes y al Estado que tomen cartas en el asunto, pero no está de más recordar que cada persona debe cuidar qué es lo que entra en su cabeza.

Conclusión. Sin soslayar la responsabilidad de los directores de los medios tradicionales y de los diseñadores de las plataformas que soportan las redes, cada ciudadano está en la obligación de filtrar personalmente la información. Tener criterios confiables es el arma más eficaz contra la desinformación. A una persona que maneja fechas, cifras y conceptos claros, no la engañan fácilmente. Al despistado, no hay algoritmo que lo blinde ni personero que lo chumbe.

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PD: A las 6:30 pm del 11 de julio hablaré sobre ‘Paja y periodismo’ en la Biblioteca del Centenario.

PD2: Están abiertas las inscripciones para el Taller de Escritura Comfandi, Cali. Cuento, crónica, poesía, crítica literaria y ensayo de divulgación científica son las asignaturas.

j-clondono@hotmil.com


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