Por: Eduardo Evelio Bonces, director de Elpais.com.co

Las ballenas viajan desde el polo sur, más de 17 mil kilómetros, durante todos los años para llegar entre agosto y noviembre al Pacífico en Colombia. Así como cientos de turistas viajan de los rincones más lejanos del planeta para ver a estos animales y convertir al puerto de Buenaventura en el punto de partida de esta aventura.

Los lancheros persiguen a los gigantes como quien va detrás de un fantasma, los turistas atónitos se impresionan cuando los cetáceos tocan la superficie y tiran chorros de agua para respirar.

Las ballenas adultas salen a la superficie a respirar cada 7 o 15 minutos, en promedio. | Foto: El País

La ilusión es que las ballenas hagan un salto espectacular cerca del bote, muchas veces esto no se ve. Sin embargo, el viaje a mar abierto es toda una experiencia en la inmensidad del océano, del cual los turistas solo conocen una pequeña parte. Diana Arias cuenta que nunca había visitado el mar, y que su primera experiencia, pese a que comenzó traumática, terminó con la alegría de ver el impresionante lomo de una ballena que pasó muy cerca de ella.

El día anterior a su visita había llovido durante toda la noche y el mar estaba embravecido; las olas golpeaban con fuerza la costa y el cielo oscuro presagiaba que la lluvia no iba a cesar. Sin embargo, la voz profunda de Ferney Pretel, el lanchero a cargo de su transporte, la tranquilizó, “yo solo salgo si estoy seguro de que voy a volver”, dijo.

Ferney guarda su lancha al interior del manglar continente adentro, cuerpos de agua dulce que se comunican con el mar por pequeños canales que se secan y se inundan dependiendo de las horas. La salida fue tranquila, pero justo cuando el agua dulce del mangle con su color oscuro del barro de la tierra se encuentra con el agua azul del mar, las olas embravecidas se levantan como si un animal prehistórico las estuviera batiendo.

Pese a la fiereza con que el mar agitaba el bote de Ferney, él se mantenía tranquilo. Aceleraba para surcar la ola y reducía la velocidad para bajar de la cresta, enfrentándose al mar en una nueva embestida. Las olas se levantaban por encima del bote, la tripulación temió en un momento por su vida hasta que llegaron a mar abierto donde retornó la calma.

Durante el avistamiento de las ballenas se debe conservar una distancia de 150 a 200 metros, con el fin de no perturbar al individuo.

La suerte de ‘Niña Ale’, el barco de Feney, no la corrieron 18 turistas que naufragaron en otro bote, esa misma tarde; la noticia corrió por La Barra como la humedad del mar. Los naufragios no son cosa de todos los días, pero cuando suceden el rumor se riega como pólvora “pudimos haber sido nosotros”, se escucha. Pese a que la tripulación se salvó, la lancha hoy no aparece, se la tragó el mar.

El pequeño bote que se hundió, de las mismas dimensiones del de Ferney, no contaba con los permisos para llevar turistas a la travesía de ver ballenas. Los lugareños viven del turismo y muchas veces por las condiciones se ven obligados a rebuscar el dinero de su subsistencia sin contar con los permisos adecuados.

Tras el enfrentamiento con el mar llegó la calma y con ella las ballenas, los animales se veían primero a lo lejos, después los lancheros los perseguían en el lugar del último avistamiento, hasta que un cachalote grande como la lancha pasó resoplando cerca del bote. Pese a que solo sacó el lomo y parte de una aleta, fue suficiente para que los tripulantes de la pequeña embarcación quedaran maravillados.

Solo media hora fue el tiempo en que los turistas pudieron conocer no solo la inmensidad de las ballenas, sino la grandeza del mar en el que viven. Un enorme océano que le da la vuelta al mundo, profundo, peligroso y sobre todo, desconocido.

El horario permitido para que las embarcaciones realicen el avistamiento es de 8:00 a.m. a 4:00 p.m. cada día, acompañado de un guía experto en el sector, con todas las medidas de seguridad. | Foto: El País

A orillas de La Barra habita Nayibe Mosquera, la casera, la cocinera y la recepcionista de un pequeño hostal ubicado a orillas del mar. Vive del turismo como la mayoría de habitantes del lugar, en un paraíso que se llena cuando los citadinos quieren ver gigantes. Ella asegura que el mar picado no es noticia, que así llueve todos los días, que quienes visitan el Pacífico no han visto el mar picado, no han visto lo que es la lluvia.

Nadie sabe lo que es una tormenta en el mar hasta que la vive, y menos si es una tormenta en ‘el Pacífico’, seguramente el 25 de septiembre de 1513 cuando Vasco Núñez de Balboa bautizó el océano más grande del mundo desde la cima de una montaña de lo que hoy es Panamá nunca imaginó la ira de ese inmenso cuerpo de agua.