Diana Currea, cirujana oncóloga de Valle del Lili, fue reconocida por su lucha contra el cáncer de seno en Aguablanca. Una mujer llena de luz, que decidió servir para ser feliz.

Hay quienes creen que tiene más de un corazón. Que es una enviada divina, que bajó del cielo para ayudarlas a escapar de las fauces de la muerte. Que quizás esa enorme sensibilidad que siente frente al dolor ajeno es la savia de la que extrae su inagotable energía. No son elogios vacíos. Son palabras del alma, de esas que sólo la gratitud es capaz de hilvanar en un discurso perfecto. Y eso sí que lo sabe ella, una mujer que desde niña supo que había venido al mundo para hacer más de lo que debía. Una mujer que no conoce otra manera de ser feliz.Pareciera que un extraño capricho del destino, de esos que sólo los astros son capaces de explicar, la hubiera signado desde siempre a luchar contra una letal enfermedad, que mata a 502.000 mujeres al año en el mundo: el cáncer de seno. Sí, ella nació un 8 de julio, bajo el signo de cáncer, razón que pareciera explicar lo que su espontáneo estilo define de manera escueta: “nací médica”. Y en esa suerte de adivinaciones del origen, es probable que el significado de sus nombres le hubiera definido el camino: Diana, mujer llena de luz. Felisa, muy afortunada.Tremenda casualidad. Diana Felisa Currea Perdomo – la cirujana oncóloga de la Clínica Valle del Lili, que recibió mención de honor en el premio Cafam a la Mujer– repite una y otra vez que es una privilegiada de la vida y que ese privilegio la obliga a darse sin reservas, sin guardarse nada.¿Y qué es lo extraordinario que ha hecho esta caleña para que la elogien tanto? Casi nada: Diana atiende de manera gratuita a 60 mujeres del Distrito de Aguablanca al mes, para prevenir o tratar el cáncer de seno. Casi nada: ha operado a 300 de ellas de manera gratuita, durante siete años de voluntariado, sólo con el apoyo de la Fundación Valle del Lili. Casi nada: hace siete años organiza la Noche Rosada, una fiesta por la vida, que es como una especie de bálsamo para dos mil mujeres víctimas de la enfermedad, que se olvidan de sus tragedias y durante esa noche entienden que sólo la fuerza del espíritu las puede mantener de pie. Casi nada: Diana está detrás de la caminata de los lazos rosados, que en octubre, sin falta, recorre las calles del sur de la ciudad. Entonces, un puñado de sobrevivientes del terrible mal le dicen al mundo que están vivas, que están ganando la batalla, que perdieron unos cuantos manojos de cabello o un pedazo de carne del pecho, pero no la verdadera esencia de la mujer. Porque más que lucir como modelos de revista son modelos de vida. Porque sus desvelos no son los cuerpos perfectos que aparecen en las revistas, si no el inmenso amor que las tiene luchando por sus hijos, por su familia.Diana, la mujer llena de luz que de manera exacta define el diccionario de nombres también ha atendido a las indígenas del cabildo de Guambia, en el Cauca. A las internas del Buen Pastor. A las niñas que la buscan en el Hospital Isaías Duarte Cancino. Y a tantas otras que asiste en innumerables jornadas que hoy ocupan las páginas de su diario.Viaje a la esenciaNo era la típica niña que andaba con el estetoscopio o que se vestía de enfermera. Pero sí era como una muñeca de cuerda incansable que asistía al coro, estaba en el teatro y en cuanta actividad se le atravesaba, en sus años de colegiala en el Hispanoamericano. Sus padres tenían que agotarla para que durmiera. Lo que sí le picó muy temprano fue el bichito filántropo. Entonces, de la mano de don Cristóbal, su padre, Diana recogía ropa y comida entre sus vecinos, para llevarla a los abuelitos del Cottolengo.Así fue perfilando ese talante de mujer generosa. Talante que cala de manera perfecta con esa disciplina férrea que desde niña la llevó a ocupar los primeros lugares en su colegio, y que en la universidad, como buena estudiante de Medicina, brilló por ese esmero con que escalaba cada peldaño en la Libre, la Valle, la Javeriana y en el Instituto Nacional de Cancerología.La Valle del Lili ha sido su casa siempre. Desde cuando supieron que a esa niña inquieta que nunca ofició como médica general le estaban coqueteando de la Fundación Santafé. Ella no lo pensó dos veces, cargó sus títulos y abrió su consultorio en la clínica del sur de la ciudad. Allí, en el séptimo piso de la Torre Dos está su espacio vital. Gala, la musa de Salvador de Dalí, descubre su seno izquierdo en una pintura que define de manera perfecta la razón de ser de ese breve espacio. En una repisa, la foto de uno de sus sobrinos, sus imágenes de la anatomía del seno, San Rafael, un rosario y un par de vírgenes artesanales, de las muchas que sus pacientes le han dado para que “la aguarden y la favorezcan”. En la pared, sus diplomas y un reconocimiento que la Fundación Valle del Lili le entregó en el 2007, como la médica del año. El dinero que recibió lo destinó al pago de la quimioterapia de 12 mujeres. Y los nueve millones que le dio Cafam el pasado lunes los destinará al transporte y las medicinas de algunas de sus pacientes del Distrito, que a duras penas tienen cómo llegar al Hospital Isaías Duarte Cancino a su consulta.ResurreccionesJusto allá, en ese extremo de la ciudad donde tener un servicio de salud es casi un lujo, viven un montón de guerreras bendecidas con la labor de Diana, de los médicos que la apoyan y de Valle del Lili.Liliana: 40 años, con mastectomía en el seno izquierdo. Madre de 4 hijos. Abuela de 2 nietos. Hace tres años le encontró una masa. Le hizo todos los exámenes y decidió operarla. El año pasado recayó, descuidó sus medicinas y su cuidado, por atender a su madre, víctima de un cáncer de colon. Un dolor en el brazo la obligó a retomar el tratamiento, que concluyó con la extracción del seno, hace siete meses. Liliana le escribió una carta a los de Cafam diciéndoles que si Diana no ganaba el premio no había problema, porque “ella ya se ganó el cielo”.Sandra: apenas en julio del año pasado Diana descubrió su cáncer. Ya ha asistido a cuatro sesiones de quimioterapia. Y en un par de días le practicarán una cirugía para extraer el tumor maligno que tiene detrás del pezón. “Ya tengo pelito, me he repuesto. Estoy bien. Voy a salir adelante”.Maritza: Oriunda de Tumaco. Desde Barrancabermeja, su hermano buscó angustiado a la doctora Diana. Maritza tenía un nódulo y luego el cáncer avanzó. En el 2010 le hicieron la mastectomía. Hoy aprende a vivir de nuevo.Amilbia Ester: la optimista irremediable. El cáncer no la amilanó. Hoy asiste a quimioterapia. Dice que a la doctora Diana no le importa la extracción social, que ella atiende a todos sin discriminar.Paola: la joven que llegó al Hospital Isaías Duarte, con un morral de peluche y apenas 19 años de vida. Le hizo el examen, como por cumplir. Y se sorprendió al hallar un nódulo maligno en cada mama. Quiso mandarla a tratamiento. Pero al hacerle radiografía de tórax y abdomen vio que el cáncer había hecho metástasis en el pulmón derecho. Cáncer en la flor de la vida. La joven murió sin que se pudiera hacer nada. Porque mientras que en los países desarrollados, el 85% de los casos se detecta en estados tempranos; en los emergentes como el nuestro, el 85% de los casos de cáncer se detecta en estados avanzados. Como el de Paola.Martha Gutiérrez. Su mano derecha en Amese Cali, la Asociación de Mujeres con Enfermedades del Seno. Se conoció con Diana hace nueve años, quien la hizo hacerse una mamografía que no reveló nada. Pero Diana, terca e insistente como todos los de su signo, le repitió los exámanes y le dijo que prefería abrirle el seno. Y esa terquedad fue como una bendición: un nódulo crecía, a pesar de que no se dejaba ver. Para Martha,Diana es un angelito que vino del cielo. Al otro lado de Cali las historias también abundan. Como la de la ‘profe’ Irene: sobreviviente de cáncer de mama que llevó a Diana a revisar a las indígenas del Cabildo Guambía. Como la magistrada María Cristina, a la que el cáncer le dejó profundas lecciones de vida. Como Ilén, su amiga de siempre, con la que dormía en las noches de infancia. Cuando atendía a la mamá de su amiga, víctima de cáncer de seno, detectó en la mamografía de Ilén la enfermedad. La operó en el 2008. Diana aún se estremece al recordar ese día. Como tantos otros, en los que ha resucitado a decenas de mujeres, tal vez más de 5.000 en su carrera. Como todos los días, cuando tiene las piernas cansadas, pero el corazón grande para seguir bregando. Como en esos momentos en que estalla en llanto, de impotencia. Como cuando sufre al no poder hacer más diagnósticos tempranos, que eviten muertes. Como cuando al contar sus vivencias, sus ojos develan lo que con firmeza dicen sus palabras: “Soy una privilegiada de la vida y estoy en la obligación de retribuir las bendiciones que la vida me ha dado. Porque la pasión con que hago mi trabajo, los abrazos que recibo y las palabras de mis pacientes no las cambio por nada. Eso es más que suficiente para ser feliz”.