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Evitando el olvido

Con el paso de los días se corre el riesgo de que la tragedia en Mocoa transite al olvido. Más en un país que sufre de esquizofrenia mediática y donde las noticias se atropellan.

9 de abril de 2017 Por: Francisco José Lloreda Mera

Con el paso de los días se corre el riesgo de que la tragedia en Mocoa transite al olvido. Más en un país que sufre de esquizofrenia mediática y donde las noticias se atropellan. Un tránsito al olvido, salvo para las familias de las víctimas fatales de la avalancha, los que la sobreviven pero lo perdieron todo, quienes tratan de rehacer sus vidas en un municipio parcialmente arrasado. Y para los habitantes de un departamento aislado.

Por eso y sin perjuicio de la solidaridad con que Colombia y el mundo han respondido, debemos pensar en todo Putumayo y a futuro. En sus trescientos mil habitantes que viven en circunstancias precarias, donde el gobierno central y las otras entidades del Estado son vistos como visitantes de paso, con poca credibilidad. Donde la pobreza, la ilegalidad, y la informalidad son rey, pese al esfuerzo por llevar más institucionalidad.

De acuerdo con el Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018, el 76,3% de los habitantes de Putumayo son pobres; en Mocoa la cifra es 52,5% y en Villagarzón de 94,48%. Ello explica que sólo el 44% tengan acceso a acueducto, un déficit cualitativo de vivienda de 63,7%, una cobertura en educación media de 27,69%, y en educación superior de 10,5%. Y una informalidad estimada en 77%, marcada por el conflicto por la tierra.

Si lo anterior fuera poco es una región donde la ilegalidad y la violencia han sido y son medulares. Fue territorio de Rodríguez Gacha y las AUC, y del Bloque Sur de las Farc; una disputa sin cuartel por el territorio y por los cultivos de coca, cuyo crecimiento el Estado aplacó durante un tiempo pero que se ha disparado con la suspensión de la aspersión aérea de glifosato y el auge de la coca como modus-vivendi del campesinado.

Lo más triste de ese panorama es que se trata de una región rica en recursos naturales y con enorme perspectiva. El 32% de su territorio es reserva forestal y el 18% de sus áreas están protegidas ambientalmente. Tiene además 544 millones de hectáreas con potencial agrícola, ganadero, y forestal comercial, sin contar los recursos petroleros. Pero sólo el 2% de su población rural y rural dispersa tiene acceso a crédito. Inaudito.

La tragedia en Mocoa debe servir para sacudirnos como Estado y sociedad y entender que Putumayo -similar a lo que sucede con la región Pacífico- merece mejor suerte. Es hora de recuperar a Putumayo, de incorporarlo y conectarlo al país. Debemos pasar de la solidaridad inicial a un compromiso de país, con chequera y de largo aliento, para darle al departamento un desarrollo integral y a sus habitantes mejor calidad de vida.

La riqueza ambiental de Putumayo no se contrapone al desarrollo económico y social. El Estado debe liderar el cierre de las brechas sociales, en servicios, e infraestructura. Pero el desarrollo del departamento sólo se dará con inversión privada. La pobreza y la inequidad se combaten con riqueza y la riqueza llega -y se multiplica- si hay Estado; si existen condiciones de seguridad, si las reglas del juego son claras, si se aplica la ley.

La de Mocoa no es la primera tragedia de origen natural en Colombia pero sí una de las más desgarradoras. El mejor homenaje que podemos hacerle a sus víctimas es sacar a Putumayo de la postración; de la pobreza y la informalidad, de la violencia y la ilegalidad. Tarea titánica por las características de la región, pero posible. Y el primer paso es luchar contra el olvido, esa máquina de tiempo que nos hace inmunes al dolor.

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