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POLICÍA

'Jíbaros' acechan en las puertas de colegios de Cali

Las autoridades llaman la atención por los expendedores de droga que les venden estupefacientes a estudiantes. Algunos alumnos se están convirtiendo en vendedores.

4 de junio de 2017 Por: Semillero UAO-El País

Son las 6:oo a.m., dos hombres conversan en la Calle 3 con Carrera 62, frente a un colegio púbico de la zona. Al cabo de unos minutos, uno de ellos entrega un paquete a su compañero y se aleja discretamente hacia un parque. El otro se dirige en su bicicleta a un arbusto y enciende un cigarrillo, luego recorre la cuadra de extremo a extremo con mirar inquieto.

Treinta minutos después, los hombres entablan una última conversación. En este caso, hay más intercambios de paquetes, miradas sospechosas, conversaciones en secreto. Al terminar, uno de ellos se dirige hacia la institución educativa. Se oculta por la parte trasera, espera hasta que unas manos se asomen impacientes por las rendijas y entrega la mercancía. Se trata del vigilante de la cuadra, un consumidor habitual que distribuye psicoactivos a los jóvenes de una institución y que tiene contactos con diferentes ‘jíbaros’ que frecuentan la Comuna 19.

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Este es uno de los casos de microtráfico que se presentan en la ciudad. Según un investigador del grupo Infancia y Adolescencia de la Policía de Cali, “el microtráfico afecta a toda la ciudad. Hasta el momento se han detectado 124 bandas”.

En el 2016 y en lo que va corrido de este año, se han erradicado alrededor de 246 expendios de droga, de los cuales 21 se situaban en áreas cercanas a escuelas.

Según el policía de Infancia y Adolescencia, “el tráfico de estupefacientes es el principal generador de delincuencia e inseguridad en la ciudad”.

En la ciudad, alrededor de 24 entornos escolares se ven afectados por la venta de drogas en 16 de las 22 comunas. Los colegios públicos son los más afectados, sin embargo, en los estratos 5 y 6 el consumo y venta de drogas también va en alza.

En mayo pasado arrestaron a una madre y a su hijo, señalados por las autoridades de vender tortas, brownies y galletas con marihuana. La investigación inició porque los estudiantes de un colegio privado los llevaron a una kermés, algunos se intoxicaron.

Según la Policía de Infancia y Adolescencia, las modalidades de venta en los colegios varían.

Generalmente, los llamados ‘jíbaros’ se ubican a las afueras de los colegios y venden la droga a los estudiantes al salir de clases o durante el recreo, a través de alguna reja de la institución. “Los estudiantes ya reconocen quién vende las drogas. Estos ‘jíbaros’ no cargan más de la dosis personal permitida de marihuana según las leyes colombianas, la cual es de 20 gramos”, explica el Policía.

Agrega que se conocen casos en los que los padres de estos estudiantes son expendedores de sustancias ilegales, quienes a su vez hacen parte de bandas de microtráfico y utilizan a sus hijos para vender y repartir la droga en las instituciones. Lo que más alarma a las autoridades es que se han visto casos de niños de hasta 8 años repartiendo droga en las escuelas.

La coordinadora de convivencia de una institución privada dice que estas formas de distribución varían: “teníamos un muchacho que vendía chocolates. Eso está prohibido en el colegio, por eso él usaba su saco y traía su mercancía. En ocasiones, algunos docentes no se percataban pues pensaban que se trataba de un dulce, pero disfrazado con el chocolate estaba la droga”.

En este plantel, un niño de primaria encontró un cigarrillo de marihuana en un inodoro. Fue así como los directivos de una institución ubicada en el sur de la ciudad comprendieron que había jóvenes que distribuían drogas. Fue en ese momento cuando descubrieron que el dueño del cigarrillo era un estudiante de grado séptimo, de 14 años. Luego de varias reuniones en coordinación de convivencia, el joven confesó quién le había vendido la droga: una de sus compañeras del salón.

La joven confesó que lo hacía porque tenía dificultades financieras en su hogar. Sin embargo, la verdadera historia era que su novio, un estudiante de grados superiores, la manipulaba para que vendiera por él las drogas que conseguía de un ‘jíbaro’ de su barrio.

“Los estudiantes temen denunciar porque a la salida pueden ser señalados por los ‘jíbaros’”, explica la Coordinadora, quien además agrega que para guardar la integridad de sus estudiantes prefieren atrapar a los vendedores en el acto.

Según informes de la Policía Metropolitana, uno de los mayores inconvenientes a la hora de trabajar en casos de microtráfico es que detrás de los estudiantes hay una red de negocios organizados, como las bandas criminales ‘Los Rastrojos’, ‘Los Urabeños’, ‘Los Buenaventureños’ y ‘Los Paisas’; esto obliga a las instituciones a proceder con cautela.

Un negocio redondo

A las 6:00 p.m., en otro colegio en el oeste de la ciudad, cuando los estudiantes salen de sus clases, la venta de psicoactivos empieza. La mayoría de los compradores son estudiantes de bachillerato que no solo consumen, sino que concretan estrategias con los ‘jíbaros’ para inducir a los más pequeños a consumir drogas.

Las tácticas son varias: rotos en las chaquetas de promoción en donde esconden la droga; huecos en las paredes por donde intercambian dinero y droga entre salones; cartucheras llenas de cocaína en donde pueden inhalar sin ser descubiertos; droga dejada en los tejados que luego recogen en horas de descanso; rollos de marihuana escondidos dentro de los lapiceros; sacapuntas llenos de marihuana que se camuflan con restos de lápiz.

Cerca de algunos colegios se han identificado 'oficinas de cobro' que, incluso, han reclutado a egresados de las mismas instituciones.
La venta de drogas no se refiere solo a la marihuana, sino también a drogas sintéticas como 2CB, éxtasis y LSD. El consumo de estas drogas afecta a jóvenes entre 14 y 17 años en promedio, pero también a niños entre 7 y 8 años.

Los precios de un cigarrillo de marihuana varían entre $1000 y $2000 en colegios oficiales. Para un colegio privado puede llegar a costar entre $5000 y $10.000. Por eso no sorprende que algunos estudiantes se aprovechen de los más débiles.

“Ellos saben a quién vender la droga. Los vendedores estudian a sus compañeros de clase y a todos los que observan que tiene problemas familiares, adicción a las drogas o vacíos emocionales, les venden. En otras palabras, han construido un perfil del posible consumidor”, concluye la Coordinadora del colegio privado.

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