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Águeda Pizarro, esposa de Ómar Rayo, renunció al mundo para hacer su vida en Roldanillo

La neoyorquina fue la encargada de consolidar el Museo Rayo en el mapa de las artes en América.

24 de febrero de 2013 Por: Redacción de El País

La neoyorquina fue la encargada de consolidar el Museo Rayo en el mapa de las artes en América.

Neoyorquina de nacimiento, con padre español y madre rumana; una bisabuela alemana y un apellido materno que se remonta a los tiempos del emperador Trajano, en el Siglo II. Es la mezcla que corre por las venas de Águeda Pizarro Oniçiu, cuya familia parece sacada del realismo mágico.Su padre, don Miguel Pizarro Zambrano y García de Caravantes, fue amigo de infancia y compañero de estudios de García Lorca: “Mi papá ayudó a Federico a darse a conocer. Como periodista de ‘El Sol’ de Madrid publicó sus poemas cuando no era conocido”.Otra figura importante fue la de la filósofa María Zambrano, prima hermana de don Miguel. Fue discípula de Ortega y Gasset “y después de él, María es el filósofo más importante de España en el Siglo XX”, al decir de Águeda. Años más tarde, en una entrevista, María dijo que “mi padre fue su primer amor y la persona más bella, por dentro y por fuera, que había conocido en su vida”.Cuando la pensadora vivió en México “tuvo una influencia increíble sobre Octavio Paz”, dice su parienta.Si los personajes deslumbran, las aventuras asombran: en 1922, Pizarro se fue a dar clases de español en la Universidad de Osaka, Japón. García Lorca lo despidió con poema para deplorar su partida: “¡Miguel Pizarro!/ ¡Flecha sin blanco!/ ¿Dónde está el agua/ para su cisne blanco?/ El Japón es un barco/ de marineros antipáticos./ Una luna y mil faroles./ Sueño de papel pintado”.En 1931, a Miguel lo nombraron agregado en la embajada española y tres años después “mi abuelo logró que lo trasladaran a Rumania. También debía dictar clases en la Universidad de Bucarest”.Llegó tarde, porque cuando atravesaba Siberia en el Expreso de Oriente el tren fue asaltado por mongoles: “La leyenda dice que debió quedarse varios días escondido debajo de una silla, en compañía de una alemana llamada Lydia”. En la universidad estaba la estudiante de filología románica Graziana Oniçiu, nacida en las Montañas Blancas de Transilvania, reino de Vlad Drácula. Como se especializaba en español, la joven tuvo por maestro a Miguel Pizarro. Entonces “decidió que debía conocer mejor a ese profesor exótico y bello que traía poesía entre las manos y había estado en Japón. Lo cual no era poca cosa en esa época”, dice Águeda.La muchacha fue a su despacho: “Señor Pizarro, estoy muy embarazada”, por decir que sentía vergüenza de estar allí. Él la miró y le dijo: “Señorita, no sé en qué pueda ayudarla”, y así comenzó la relación.Poco después fue Graziana tomar un curso a la Universidad de Santander y allá recibió clases de teatro con García Lorca y conoció al torero Ignacio Sánchez Mejías, “no me sé cómo”.Allá recibió carta de Miguel “anunciándole que se casaría con María Zambrano, pues esa era una relación muy vieja y había ido a Estoril para estar con ella. Mi mamá, desolada, pero siempre orgullosa, regresó a Bucarest”, dice Águeda.Pero no se casaron y rompieron definitivamente. Pizarro reanudó relación con su discípula rumana cuando estalló la Guerra Civil española, en 1936. Éste se hallaba en Barcelona. “Mi mamá, angustiada, fue a la embajada española en Bucarest para tratar de ayudar a su novio”. Pizarro le escribió diciéndole: “Puedo perder hasta la vida si tú les dejas saber dónde estoy yo”. Estaba en París.El gobierno lo nombró cónsul en Nueva York y desde allá escribió a su novia: “Yo no sé si os queréis casar conmigo. Piénsalo muy bien, porque puedes perderlo todo: tu país, tu familia y hasta la vida”.Graziana viajó en trasatlántico y luego atravesó los EE.UU. en tren. Se casaron en Carson City, Nevada, “donde se podían casar rápido”, prosigue la hija.Águeda Pizarro nació el 15 de noviembre de 1941, tres semanas antes de que los EE.UU. entraran en la Segunda Guerra Mundial: “Éramos pobres y vivíamos en Brooklyn, en un apartamento pequeño”. En la cuadra vivían irlandeses ricos, judíos huidos del régimen nazi e italianos de la mafia. Había una casa japonesa en la cual vivía una familia judía, “y una de las niñas fue casi como mi hermana. Jugábamos sin poder entendernos, porque ella hablaba inglés y yo español”.Águeda no hablaba inglés, porque en casa siempre se habló español, nunca rumano. Así que “cuando empecé kínder lo aprendí con facilidad”, confiesa la hija.Ya en ese entonces, “me consideraba ciudadana del mundo, porque España era inalcanzable”.

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