Valores Vallecaucanos: la planta de la felicidad se siembra en Guacarí

Doña Gladys Martínez de Ponce se levanta en las mañanas a trabajar en su sembrado de uvas: riega, corta hierbas y vive la vida que muchos campesinos de la zona montañosa de Guacarí viven a diario. Salvo que doña Gladys no es exactamente una campesina. Tiene tres hijos, dos ingenieros y una médica, y hace doce años decidió cambiar los placeres de una vida sin riesgos en Buga, para vivir los azares del campo.

No fue exactamente necesidad sino más bien amor. Durante cinco años doña Gladys fue trabajadora social del Ingenio Pichichí y recorrió todas la veredas de El Cerrito, de Ginebra y de Guacarí y lo conoció todo de primera mano: los campesinos con pequeñas tierras viviendo en lugares remotos sin agua potable, sin alcantarillado, dedicados al duro trabajo para apenas sobrevivir. Un día, entonces, decidió intentar un cambio.

Ocurrió hace unos doce años. Decidió retirarse de su trabajo y consiguió un pequeño lote en la vereda Chafalote, en las montañas de Guacarí, donde empezó a sembrar uvas. Sus ambiciones eran más o menos simples: tratar de enseñar a los campesinos de esa vereda a mejorar el cultivo, unirlos en asociaciones y buscar que sus frutas, mejor producidas, fueran mejor pagadas.

No sabía cómo llevarlo a cabo, así que solo le quedó la obstinación: empezó a consultar con técnicos agropecuarios, con otros sembradores de uva más adiestrados, y etcétera, etcétera. Y así ella, la trabajadora social que pudo haberse quedado disfrutando de la buena posición que el trabajo de su esposo y el suyo propio le permitían, se untó las manos y aprendió todo lo necesario. Entonces fue elegida como presidenta de la Asociación Agropecuaria de Veredas Integradas de Guacarí, y empezó, entre otras cosas, a enseñarle a hombres y mujeres a producir mejores uvas y a producir pulpa para darle un valor agregado a sus cosechas.

Un día cualquiera doña Gladys decidió que debía llegar más lejos. Hace menos de un año le presentó a la Gobernación del Valle un proyecto cuya finalidad resumida es hacer felices a unos 600 campesinos de Guacarí, El Cerrito y Ginebra. El proyecto podría llamarse ‘La planta de la felicidad’, pero en realidad se llama –y es- una ‘Planta de transformación de uva’. Se trata de un complejo andamiaje de tubos y válvulas y cilindros que permitirá a los mismbros de cinco asociaciones de campesinos, transformar la fruta que producen en zumo, pulpas y otros derivados. De ese modo, explica, no tendrán que vender las uvas a los intermediarios a los precios que ellos impongan.

La ‘Planta de la felicidad’, que la Gobernación del Valle compró y adecuó en el poblado de Santa Elena, empezará a funcionar en enero, calcula doña Gladys. Cuando habla de ese proyecto, de pronto se le ilumina el rostro: “Es que si usted viera la situación de tanta gente en esa zona. Es gente muy pobre, que no tiene agua potable, no tiene acueducto, muchos jóvenes ni siquiera terminan el bachillerato… Poder mostrarles que es posible mejorar un poquito sus vidas es muy bonito, aunque todavía falte mucho”. Entonces hace un listado: las carreteras están en pésimas condiciones, muchos no tienen cómo acceder a un sistema de riego adecuado, otros no tiene cómo comprar los herbicidas. Pero en esas, otro sueño vuelve a iluminar sus gestos: le gustaría conseguir un camión que los campesinos puedan usar para transportar las frutas y las pulpas y los zumos que produzcan. “Y lo vamos a tener”, dice con un convencimiento tan real, que resulta imposible no creerlo.