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Piedad y lo imposible

Seguimos pues metidos en esta balsa que es Colombia, en el rápido cada vez más estrecho de la polarización, seguros de llegar a donde desemboca su cauce, el vacío.

19 de julio de 2020 Por: Víctor Diusabá Rojas

Piedad Córdoba acaba de comprobar en cuerpo propio que lo que pide, y con lo que sueña, es imposible. No Piedad, Ni Uribe ni Petro se van a ir. Es más, acaba señora de cometer uno de los peores errores: invocarlos.
La semana pasada, la ex senadora, salió a anunciar su retiro de la política, llevada por “la depresión sufrida tras varios impases que atravesó durante su candidatura presidencial en 2018” (Revista Semana).

Pregunto: ¿Por la depresión? ¿O no será más bien por la traición? Quizás mejor lo último, si uno se atiene a su propia argumentación: “Tomé la decisión de lanzar mi candidatura a la Presidencia de la República. (Pero) La Farc les prohibió a muchos de sus miembros que me ayudaran a recoger las firmas (para inscribir su candidatura presidencial), me quemé mucho políticamente porque se acabara la guerra”, como le dijo a Telemedellín.

No fue sólo La Farc, sino muchos más sectores de la oposición los que no quisieron saber de su propuesta, entre ellos Petro que, tal cual Uribe, no es un sector, ni un partido, como lo creen sus copartidarios, sino el caudillismo en pasta.

Dijo usted, exsenadora: “Yo no vuelvo, aquí la política es muy rastrera. Me harta sobremanera que la política se haga insultando. Al Congreso no vuelvo ni amarrada”, nada nuevo: lo abyecto, el ultraje, la cueva de Rolando han sido la regla allí, casi siempre.

Sin ser usted la excepción, sobre todo a la hora de los denuestos como innoble herramienta del debate. Lo que no le quita méritos a lo que hizo
bien. Ahí quedan su lucha por la liberación de los secuestrados y su tozudez en procura de encontrar una salida política al conflicto armado. Por supuesto, hay mucho más, tanto a favor suyo como en sentido contrario.

Pero no es esta columna un juicio sobre su tarea política, sino una mirada más a cómo funcionan las cosas aquí. Porque ocurre que un hecho importante, el anuncio sobre su retiro, pasó poco menos que inadvertido.

En cambio, en cuanto se le vino a la cabeza la idea de llamar a aquellos dos señores a retiro, ellos, sin buscarlo además, se apropiaron del escenario, como ocurre con todo desde hace mucho. Este país se levanta todos los días no a pensar qué hacer sino a ver qué dicen ellos, trapecistas con redes.

La tendencia es una sola, no dos: Uribe y Petro (Petro y Uribe, por si piden rectificación). Hablar del uno necesariamente termina en hacer referencia al otro. Con el inexorable destino ciudadano de figurar matriculado con alguna de las esquinas, ya sea por acción o por omisión.
O estigmatizado como Centro, que no estaría tan mal si quienes dicen encarnarlo abandonan lo insustancial y etéreo para entrar más bien al terreno de las definiciones.

Seguimos pues metidos en esta balsa que es Colombia, en el rápido cada vez más estrecho de la polarización, seguros de llegar a donde desemboca su cauce, el vacío. Porque no vamos a salir de estas entelequias durante quién sabe cuánto tiempo. (Entelequia: “Cosa, persona o situación perfecta e ideal que solo existe en la imaginación”; “modo de existencia de un ser que tiene en sí mismo el principio de su acción y su fin”).

En esta nueva etapa de su vida, exsenadora, escriba sus memorias. Cuente y explique cosas que aún nos debe (el capítulo Venezuela y sus sátrapas, por ejemplo).

Aproveche la cuarentena, esa misma en la que, por respeto a los ya miles de caídos en la batalla contra el nuevo coronavirus, deberíamos trabajar todos en el mismo sentido de un gran acuerdo nacional como marco. Lo que no es más que otro imposible.


Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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