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Perdimos

Por supuesto que estamos para no ponernos de acuerdo y construir sobre el disenso. ¿Pero, de verdad creen ustedes que eso es lo que está pasando?

22 de mayo de 2022 Por:

Perdimos. Perdió la democracia, y con ella perdimos todos. Eso es lo que nos deja esta campaña electoral: vergüenza y asco.

No hubo espacio ni tiempo para las ideas porque antes que procurar edificar la credibilidad propia, se apostó al descrédito ajeno como elemento fundamental del discurso.

La injuria y la calumnia hicieron el trabajo sucio desde la opacidad de las redes sociales. Con el aval de la mayoría de los jefes de cada manada. Nunca fue tan fácil tirar la piedra y esconder la mano. Después, comprobados el error, el desatino o la mala fe, rezaron para simular empate. Qué va, pura hipocresía.

Está visto que, en la Colombia de estos tiempos, a nadie se le niega una rectificación, incluso cuando, como se ha vuelto costumbre, esa rectificación haga todo menos rectificar.

Aquí también perdió la institucionalidad, otra de las columnas que sostienen la democracia. Esa democracia que - ¿cuántas veces habrá que repetirlo? - no solo equivale al derecho al voto.

Por culpa del actual gobierno, y con excepción de los funcionarios que lo hacen bien, la Procuraduría, la Contraloría, la Fiscalía, la Defensoría, las Fuerzas Armadas, la Registraduría y más entes, se volvieron instituciones de bolsillo. Y ahora, en medio de la campaña, violaron su condición de neutrales. Que se sepa: eso de jugar, como nunca antes y siguiendo el ejemplo de su jefe, a la participación en política, se pagará caro. Ahí quedó establecida para siempre una patente de corso para burlar la ley de garantías.

Y durante todos estos meses se perdieron la mesura y el tacto. Más aún, se perdió la sensatez. La consigna resultó ser el fin justifica los medios. Así, fueron bienvenidas las alianzas con quién fuera y cómo fuera. Dirán que ya después van a separar el grano de la paja. O más bien, el grano de la escoria. Iluso que es uno al pensar que así van a proceder.

Y, en términos de convivencia, perdimos como sociedad. Cundió el mal ejemplo: graduamos de enemigos a nuestros contradictores. Por supuesto que estamos para no ponernos de acuerdo y construir sobre el disenso. ¿Pero, de verdad creen ustedes que eso es lo que está pasando? Me parece todo lo contrario. Parafraseando a Churchill, nunca vi a tanta gente cambiar de manera tan radical en tan poco tiempo. Y no hablo de idearios, hablo de verlos pasar de simples hinchas a barras bravas, con el perdón de los barras bravas. Ya no te preguntan quién eres sino qué piensas y con quién andas. Ahí queda echada tu suerte.

Y no le fue mejor al oficio periodístico. Como me dijo un colega: ahora andamos dedicados a desmentir lo que ni siquiera hemos publicado. Si alguien se quiere tomar el trabajo de mostrar en qué terminó convertido el periodismo en la mayoría de medios durante esta campaña, debería armar dos columnas. Una, con el tiempo y espacio que esos medios dedicaron al sano debate de ideas y propuestas. Otra, con el tiempo destinado a escándalos, dimes y diretes. Con esas cifras en mano nos sentamos a discutir. Ojalá, civilizadamente, eso que también desapareció.

Pero todo esto, que ya es muy grave, resulta ser poca cosa para lo que viene: un país dividido en dos. Un país al que, gane quien gane resultará imposible administrar. Con una oposición cerril, por un lado, dedicada a torpedearlo todo. Y con un gobierno, sea el que sea, empeñado no solo en gobernar estos cuatro años sino, lo más importante, en asegurar la continuidad. Porque esa es la otra herencia que nos dejan estos genios: una nueva definición de democracia en la que si algo resulta imprescindible es la eliminación de quien no piensa igual. Eliminación que, a propósito, tiene más de una acepción.

Igual, vote por quien o por lo que mejor le parezca.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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