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La otra censura

Después de escuchar al colega periodista, nos queda claro que contar un hecho allí donde vive y trabaja, no está permitido. Ni siquiera en la más mínima definición de eso que es darlo a conocer y nada más.

2 de junio de 2019 Por:

Después de escuchar al colega periodista, nos queda claro que contar un hecho allí donde vive y trabaja, no está permitido. Ni siquiera en la más mínima definición de eso que es darlo a conocer y nada más.

“Miren, dice a quienes le escuchamos, una vez que se conoce que alguien de la región ha sido asesinado por uno de los grupos al margen de la ley, no nos está permitido decir más que dar la hora de sus exequias. Así informamos, así es que la gente se entera aquí de lo que pasó”.

¿Dónde?, ¿cuándo?, ¿quiénes?, preguntarán muchos en aras de la precisión y del rigor. Lamento decir que es imposible hacerlo, aparte de irresponsable. Dar pistas bastaría para ponerlos a ellos, a los periodistas de esas regiones, aún más en la condición de blancos que ya son por parte de quienes los hostigan, amenazan e intimidan a diario.Y no crean que pasa tan lejos de aquí.

Otro caso, es el de un joven al que su aparente fragilidad física miente bien sobre el valor con que dice estar dispuesto a seguir ejerciendo la profesión. Como muchos otros miembros de su comunidad es destinatario de ese panfleto que ahora nos enseña, mediante el cual una banda criminal los convierte en objetivo militar. Ahora bien, en calidad de voz pública que él es, quienes se imponen allí por la fuerza y por las armas, repararán aún más en lo que hace y lo que dice, con las consecuencias del caso. De hecho, como lo denunciaba en este mismo espacio hace unos días, allí solo se permite a la gente el tránsito en calles y caminos de las ocho de la mañana a las cinco de la tarde. Violar ese toque de queda puede terminar como ya sabemos.

Estos son lugares en los que, como dice uno de ellos, “la vida vale menos que una grabadora”. O donde, remata otro, “ algunos pagan las consecuencias de estar atados a la política por un viejo cordón umbilical. además, todos saben donde están nuestras casas y nuestras familias. Si decimos algo que incomode, los mismos que lo saludan van y advierten: tienes 24 horas para largarte. Es que a quien se mete a investigar hay que ir alistándole el velorio. Entonces mejor poner música, porque todos tenemos miedo de contar historias. ¿Autocensura?, miedo es lo que hay”.
Pero si quieren ejemplos de viejas prácticas ahí tienen la denuncia que ha hecho pública la Flip (Fundación para la Libertad de Prensa) sobre los atropellos en Sogamoso contra el periódico Boyacá 7 Días:

“El más reciente hecho sucedió el miércoles 22 de mayo (pasado), cuando más de la mitad de la edición del periódico distribuida en Sogamoso fue comprada en menos de dos horas. Varios de los voceadores y distribuidores informaron que hombres en una camioneta negra recorrieron el centro y la terminal de la población, adquiriendo los ejemplares con dinero en efectivo y guardándolos en el platón del vehículo”.

Esa película ya la habíamos visto con Pablo Escobar Gaviria como protagonista, ¿la recuerdan?

Falta espacio para contar sobre las puertas de despachos oficiales que cierran con doble llave a cualquier inquietud o los funcionarios que impiden el cubrimiento de audiencias que son públicas.

Quedémonos en que en estos primeros cinco meses del año ya van 169 violaciones a la libertad de prensa en Colombia, con 202 afectados de por medio. Y antes de que alguien salga a pescar en río revuelto, en 2018 hubo 605 violaciones y 477 víctimas.

Esta es la censura que manda en la Colombia que no cuenta. La otra censura.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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