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Fidel

Mientras en los últimos sesenta años la vida de los hombres cambiaba...

28 de noviembre de 2016 Por: Víctor Diusabá Rojas

Mientras en los últimos sesenta años la vida de los hombres cambiaba en todos los sentidos y a velocidades sin antecedentes, Fidel Castro Ruz se mantenía -y de acuerdo desde dónde se mire- firme en sus convicciones o congelado en el tiempo. Solo que con muchos más matices de los que se cree. Porque lo único común de este último medio siglo largo fue su vigencia. Fidel no dejó de estar un solo día ahí, como referente de sus aliados, pero sobre todo de sus adversarios. Incluso, a los colombianos nos llegó antes, en el 48, en pleno ‘Bogotazo’. El entonces estudiante de Derecho era, según él mismo, “una mezcla de individuo quijotesco, romántico, soñador, con bastante poca cultura política”. Inofensivo, quizás dirían sus mismos enemigos políticos de entonces. Después le atribuyeron algún papel en el magnicidio de Gaitán. Falso.Y es a partir de ahí cuando desfila lo que, se me antoja, una serie de Fideles. Uno, diez años después, el dirigente aquel que, ahora sí formado políticamente, pone en práctica la teoría marxista. Esa que supo guardar en apariencia para conseguir el fin primero, echar abajo la dictadura de Batista. Casi a la par surge Fidel, el anti imperialista; el más coherente de todos los Fideles. Una convicción que terminó siendo tozudez. Así murió, anti yanqui.Hay otro Fidel, el compañero de lucha. Leal con la revolución pero quién sabe cuánto con quienes la hicieron codo a codo con él. Los más conspicuos dicen que si alguien tuvo autoridad para hablar sobre el tema, ese fue Ernesto Guevara de la Serna. ¿Dejó enterrado el Che ese secreto en Bolivia? Pero si algún Fidel de todos los Fideles sacará chispas en ese juicio sobre la historia que le espera, es Fidel, el gobernante. En mi opinión (modesta cosa), no solo pudo ser mejor sino que debió ser mucho mejor. Aparte, y eso nadie se lo podrá quitar, de los irrebatibles alcances en temas como salud y educación. Con o sin la ayuda soviética, Fidel estaba obligado a alcanzar mayores logros para el bienestar de su pueblo. El bloqueo gringo se lo impidió, quién lo puede negar, pero eso es apenas una parte de la cuestión. Porque la misma mirada en perspectiva dirá, más temprano que tarde, que la desigualdad de la ‘nomenklatura’ a la cubana antepuso, con su bendición, el bienestar de unos pocos privilegiados a las necesidades de muchos. Ni el maquillaje ni el cariño que se ganó entre parte de los suyos son capaces de esconder esa realidad.Y nos falta el Fidel nepotista. Y, en ese mismo sentido, el hombre atornillado al poder en el cuerpo ni tan ajeno de su hermano Raúl. Bueno, un mal de muchos, lo que en su caso antes que ser atenuante termina siendo agravante.Y, claro está, faltan muchos más Fideles. El cautivador de fácil palabra y el ídolo que, decía, no le gustaba ser. Y el violador de derechos humanos que no admite medias tintas. U otro, el propulsor de la paz (más de la ajena que de la propia). Y el hijo de gallego que no rompió con la dictadura de Franco. También, el hombre de las mil vidas que pareció darse el lujo de morir el día que quiso, exactamente 60 años después de partir con un puñado de crédulos desde Tuxpan, Veracruz (México), para comenzar una revolución.Por ahora, y porque aún un juicio sobre él es prematuro (apenas comienza a escribirse mucho de lo que se dirá sobre él) me parece que Fidel, el revolucionario que fue y el líder en que encarnó, merecía un final diferente. No este del hombre desgastado, más por el abuso del poder que por los años. Una suerte nada extraña a quienes, como él, caen en brazos del mesianismo.

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